
domingo, 28 de diciembre de 2008
DE DONDE NO SE VUELVE

lunes, 15 de diciembre de 2008
RAYUELA, HOY
domingo, 7 de diciembre de 2008
EN EL CAMINO

jueves, 4 de diciembre de 2008
LA PALABRA ERRANTE
lunes, 1 de diciembre de 2008
VOLADURAS
jueves, 27 de noviembre de 2008
LECTURAS CRUZADAS
miércoles, 19 de noviembre de 2008
BAJO EL VOLCÁN
domingo, 19 de octubre de 2008
NOCHES SIN LUNA
domingo, 12 de octubre de 2008
EL CRONÓFAGO
domingo, 5 de octubre de 2008
EL TREN DE LAS 3.10
jueves, 25 de septiembre de 2008
RAZÓN DE VIVIR
domingo, 14 de septiembre de 2008
ASIGNATURA PENDIENTE
domingo, 7 de septiembre de 2008
LA TIERRA PROMETIDA
domingo, 31 de agosto de 2008
CIUDADES, SIGNOS, PALABRAS
domingo, 24 de agosto de 2008
POSIBILIDADES DE SENTIDO
Las palabras van y vienen, circulan por la autopista, tejiendo y destejiendo posibilidades de sentido. Ella me pregunta que cómo la imagino, y a mí se me revela una palabra que figura entre los versos y las sombras de un libro de un excelente poeta. Fervor, le digo; lo que equivale a decir: Entusiasmo, Pasión, Calor, Llama, Intensidad, Exaltación, Impulso, Desenfreno, Apasionamiento, Excitación, Arrebato, Furia, Frenesí, Delirio, Locura. Para cerrar el círculo, para cubrir con un manto toda la impaciencia acumulada, yo añado: Sensibilidad; Sensualidad; Inteligencia. Y una vez cerrado el círculo, abrazada la locura con las manos y los sueños de los locos, me detengo ante la voz de esa corriente que envuelve los espacios invisibles, me embeleso ante los signos y los gestos que simbolizan y alientan. Los dos estamos jugando al juego de las palabras; es un combate de esgrima: intentaremos tocarnos con un arma blanca; pero también estamos justificando un acuerdo. “Las palabras más simples, –no sabemos lo que significan excepto cuando amamos y aspiramos”, escribió Ralph Waldo Emerson en su ensayo Círculos. Y Stanley Cavell añade: “Cualesquiera que sean los estados que estas palabras pretendan designar, esta observación no dice que dichos estados sean efectos de las palabras sino más bien lo opuesto: que ellos son sus causas, o, mejor, condiciones de la compresión de las palabras. Aunque no sea algo sin precedentes que un filósofo nos diga que las palabras que empleamos cada día son imprecisas y provocan ilusiones, no es usual, ni siquiera normal, en filosofía, decir que el acceso a su significado pasa por un cambio del corazón”. Porque lo más importante, ahora, no es qué significan las palabras que yo he utilizado para crear una imagen, sino desde dónde nacen las palabras que hacen posible esta imagen. Y para entender todo esto, para intentar explicarme a mí mismo, y describir lo que siento, yo sólo puedo recurrir a estas palabras. Palabras que nacen del corazón, del sentimiento, forjadas por el aliento de una violencia encantada. Palabras que nacen desde el deseo, arrancadas al vacío, y que se muestran desnudas en la dulce intuición de una promesa.
lunes, 18 de agosto de 2008
RESPUESTAS
No sé si este es el tono adecuado, el más aconsejable; pero sé que es el tono que me marca la vida. Wittgenstein escribió en su día: “Creo haber resumido mi posición con respecto a la filosofía al decir: de hecho, que sólo se debería poetizar la filosofía”. Y siempre me ha gustado imaginar en qué contexto lo hizo, cómo llegó a la conclusión de qué papel le quedaba reservado a la filosofía. Después de un largo camino, el equipaje de las preguntas encontraba una insólita respuesta, aunque no resultaba sorprendente haber llegado, casi al final del sendero, justo al comienzo del mismo. A estas alturas de la vida, uno espera encontrarse con al menos una respuesta. Y hay quien busca respuestas leyendo las noticias en la actualidad de los periódicos; pero yo hace más de un año que ya no leo periódicos. Como mucho, puedo leer los titulares; aunque nunca paso de estas líneas breves; y compongo con los titulares de las noticias poemas y extrañas canciones que no comparto con nadie. John Lennon compuso A day in the life sentado al piano y colocando el diario (un ejemplar del Daily Mail del 17 de enero de 1967) en el atril reservado a la partitura. Gracias a ello, pudimos enterarnos de que el ayuntamiento de Blackburn, en Lancashire, había contabilizado un total de cuatro mil baches en su pavimento; pero aunque heredamos una de las canciones más hermosas de nuestra vida aún nos quedaba tiempo para seguir esperando respuestas. Dylan nos había dicho, unos años antes, que la respuesta estaba en el viento; pero la respuesta, en ocasiones, puede encontrarse velada entre las hojas de un amarillento calendario. Hacía muchísimo tiempo que yo no prestaba tanta atención a las hojas de un calendario. Me acerco a él como quien se acerca al Oráculo de Delfos esperando una visión milagrosa; pero el calendario se mantiene, de momento, en un respetuoso silencio. La función del calendario es recordarme el mes en que vivo, el día en que habito; pero yo estoy necesitando saber en qué día encontraré la respuesta. En Rebelde sin causa, el viejo filme de Nicholas Ray, Jim Stark (James Dean) es un adolescente angustiado por la necesidad de demostrarse algo a sí mismo; es un hombre joven que está necesitado de respuestas. Cuando retan a Stark a que participe en una prueba de valentía (esas carreras de coches, hasta llegar al acantilado, en las que hay que saltar del vehículo en el último momento), éste le pregunta a su padre esperando, atormentado, una respuesta; y el padre se disuelve en evasivas: “Diez años –le contesta-. En diez años verás las cosas de manera distinta”. Y Jim Stark se revela como un león encerrado en el interior de una jaula: “¿Diez años? Quiero una respuesta ahora. La necesito”. El león encerrado en la jaula quiere saber, urgentemente, cuál será su destino. Y mientras uno contempla el calendario con las hojas amarillas que guardan silencio, con el diario en el atril reservado a la partitura, se imagina impaciente el momento en que será desvelada la respuesta. Mientras yo contemplo el calendario, mientras el viento sopla con fuerza en dirección al océano, los días siguen pasando.
lunes, 11 de agosto de 2008
ORDINARIO EXTRAORDINARIO
lunes, 4 de agosto de 2008
ESTEREOSCOPIO WILCOCK
Hay escritores que expresan conceptos comunes a todos con una facilidad asombrosa. “También el poeta –escribió Wittgenstein- debe preguntarse una y otra vez: ¿es lo que escribo realmente cierto? Lo que no debe significar: ¿sucede así en realidad?” Si tú me cuentas la historia de tu cicatriz, yo te contaré la mía. Si tú me cuentas la historia de tu fracaso, yo te contaré la historia mi vacío. Si tú me cuentas cómo abandonaste Egipto, con tus libros y tu pistola, yo te contaré cómo entré en Jerusalén escoltado por la policía. El estrés cotiza al alza en la Bolsa. Los aparatos electrónicos dejan de ser privados al entrar en los Estados Unidos. Miles de hormigas voladoras vuelan sobre las cabezas de los androides asistentes a la Campus Party. Pero los participantes en los Juegos Olímpicos de la Comunidad de los Solitarios no parecen darse por aludidos. Para ellos, la vida no es más que un cuento absurdo de ese género que algunos han calificado como literatura fantástica. En 1972, Juan Rodolfo Wilcock (“un enigma –escribió Héctor Bianciotti- que la literatura argentina podría jactarse de poseer si la literatura italiana no fuese infinitamente más pródiga en enigmas y jactancias”), escribió el prefacio de su obra Lo steroscopio dei solitari: “Lugar común-verdad: que el hombre en cualquier situación se encuentra solo. Ve a Wittgenstein, cucaracha dentro de una caja: no hay necesidad, si nadie la ve que dentro esté una cucaracha. Vale también para Dios. La soledad empuja a hacer, porque si no, se puede arriesgar la inexistencia. Vale también para Dios. El hombre necesita soledad, pero también comunicación; empero, la comunicación turba la soledad; hacerle convivir sin lucha es la premisa de la felicidad”. Cuentan que su “invención” más acabada fue describir la puesta en escena de las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein. Al parecer, durante algunas semanas, Wilcock sustituyó al crítico teatral del diario Il Mondo. Como asistir a las representaciones lo aburría considerablemente inventaba espectáculos inexistentes haciendo creer a los lectores que las obras se habían estrenado en Oxford, Tánger u otros lugares. El estreno de la versión teatral de las Investigaciones Filosóficas tuvo lugar en Oxford, a mediados de los setenta, bajo la dirección del catalán Llorenç Riber, y después de que éste superara la ardua selección del fondo musical de la obra que, contra todo pronóstico, no recayó en Webern sino en Beethoven, quien suena durante toda la representación, a excepción del momento del prólogo (el fragmento de San Agustín acerca de las palabras y de los objetos que ellas designan), reservado por Riber para un aria de La Creación de Haydn. Juan Rodolfo Wilcock nació en Buenos Aires el 17 de abril de 1919. En 1955 abandonó Argentina y se instaló en Italia. También abandonó el castellano y comenzó a escribir en italiano. Encontrar un libro suyo en una librería de Madrid es un asunto imposible; preguntar por él o citar su nombre provoca inevitablemente gestos de perplejidad o de asombro. Poco antes de cumplir cincuenta y nueve años, el 16 de marzo de 1978, fue hallado muerto en su casa de Lubriano. Un infarto lo había sorprendido mientras leía, recostado en un diván, L’infarto cardiaco, del doctor Alberto Saponaro. También el poeta debe preguntarse, una y otra vez, si lo que escribe es cierto, aunque esto no signifique que tenga nada que ver con la realidad. La realidad es el lugar donde la gente corriente habla de cicatrices, de fracasos, del estrés, de la Bolsa, de aparatos electrónicos y de hormigas voladoras; aunque para el poeta todas estas cosas resultan bastante extrañas. Juan Rodolfo Wilcock sabía que la realidad es el lugar del vacío, de la soledad y de lo extraño. Amaba a Wittgenstein, la poesía y la lectura del Scientific American. Estas tres cosas le procuraban una felicidad suficiente.
miércoles, 30 de julio de 2008
OSCURA BELLEZA
Iba a cometer un pecado e informe de ello a mi secretaria. Una llamada telefónica. Mi secretaria, por su parte, eficaz y brillante como siempre, me confesó que ella ya se encontraba pecando: una cerveza helada, en un bar irlandés, en el centro de Buenos Aires. Mi secretaria sabía que mi pecado era tan sólo una metáfora, una forma de expresar que andaba dándole vueltas al tema del sentido de la vida; que mi pecado, como el suyo, carecía de importancia. Aun así, tenía interés por conocer su opinión y decidí llamarla. Al escuchar su voz comprendí que la razón de la llamada se hallaba en otra parte; que era otro el motivo de la llamada. La tarde, cuando ella colgó el teléfono, murió de oscura belleza. Y yo volví a la lectura como quien vuelve a casa después de una terrible tormenta. Para entonces, Marc Hendrickx había llegado a la conclusión de que hasta el infierno está podrido de arco iris. Y Leonard Cohen acababa de instalarse en Tennessee, en una destartalada granja en medio del campo. Leonard Cohen. Un buscador de la verdad, es el título de la biografía del poeta canadiense escrita por Marc Hendrickx y publicada por Editorial Milenio. Como la tarde iba de pecados y estos me arrastran, irremediablemente, tarde o temprano, a una sensación o sentimiento de culpa, me sorprendió leer lo que Cohen opinaba sobre el tema: “Pienso que la culpabilidad es un excelente indicador de estar haciendo algo mal. Debería ser estudiada, abrazada, analizada y bendecida. Como ser consciente no puedes ni debes huir de ella”. Al parecer, muerta de oscura belleza, la tarde no ofrecía ningún tipo de consuelo. Menos mal que mi secretaria, a la altura del mejor de los poetas, aprovechó lo que quedaba de tarde para dejarme un mensaje en el buzón del correo electrónico: “Sobre el pasado –decía mi secretaria- hay que desplegar un manto de piedad hacia nosotros mismos”. Cuando se instaló en Tennessee, dejando atrás la isla griega de Hydra, y tras hacer un alto en el Chelsea Hotel neoyorquino, Cohen tenía el espíritu devastado. Mentalmente sufrió un colapso del tipo que mucha gente no supera. Creo que mi secretaria, de haber conocido a Cohen en ese estado, le hubiera aconsejado lo mismo. ¿Enfangarse sin sentido en el sentimiento de culpa? Estoy convencido de que Cohen, a lo largo de su vida, ha debido modificar su idea sobre este asunto; es algo que ha hecho muy a menudo. Aunque desconozco cuántas veces en su vida ha cambiado de secretaria. Mi secretaria pertenece a la sagrada orden de las Hermanas de la Misericordia. Cuando no te sientes un santo y tu soledad te dice que has pecado, ellas se acuestan a tu lado y tú te confiesas ante ellas. Tocan tus ojos y tú tocas el rocío impregnado en sus dobladillos. Si tu vida es una hoja que las estaciones arrancan y condenan, ellas te atan con un amor tan delicado y fresco como un tallo. Las Hermanas de la Misericordia (Sisters of Mercy, un delicioso poema de Cohen; espero que Cohen me perdone por tomar prestado su espíritu y su letra) aún no han desaparecido. Yo también estoy un poco colgado. Y cuando creía que ya no podía seguir, ellas me dieron su consuelo.
sábado, 26 de julio de 2008
FISTERRA
miércoles, 23 de julio de 2008
CONVERSACIONES
El tipo subió al tren de cercanías en la estación de Atocha. Yo estaba inmerso en la lectura de la Philosophical Foundations of Neuroscience, de Maxwell Bennett y Peter Hacker (ya saben: un texto sobre las confusiones conceptuales habituales en las descripciones de los avances en materia de neurociencia cognitiva). El hombre iba acompañado, aunque yo, en principio, no noté su presencia, porque estaba justo de espaldas a la puerta de entrada. De repente, el hombre exclamó en voz alta: ¡la gente lleva más gente en los bolsillos! Y yo me quedé perplejo, sorprendido, paralizado: aquella era una buena frase; no me pareció una frase corriente en una conversación corriente; parecía, en cambio, un verso libre escrito en un distraído poema cotidiano; aquella era, sin duda, una manera distinta de expresarse. Cuando el ferrocarril se puso de nuevo en marcha, yo seguí con la lectura de las consideraciones de Bennett y Hacker (ya saben: sentido y sinsentido; mente, cerebro, y lenguaje); pero no pude evitar que la indiscreta frase se me colara, a menudo, entre los huecos del texto. Y que asomara, insistente, entre línea y línea, de estación en estación, hasta el final del viaje.
martes, 22 de julio de 2008
LA PALABRA EXACTA
Imagínate una relación epistolar marcada, contradictoriamente, por la cercanía y la distancia. ¿Cómo puedes expresarte con la mayor sinceridad sin caer, en ocasiones, en trampas o incorrecciones? Debes usar palabras, pero no siempre encuentras la palabra exacta. No es la primera vez que lo intentas, pero la velocidad del correo electrónico te fuerza a no pensar con detalle en lo que estás diciendo. Cuando envías el correo, te gusta releerlo para comprobar que no estás cometiendo una locura. Pero siempre te queda la duda y dejas para mejor ocasión la posibilidad de volver a intentarlo. ¡Es tanto lo que quieres expresar! ¡Es tanta la fuerza del deseo, la urgencia del sentimiento! ¿De dónde procede esa duda, entonces, esa sensación continua de estar fracasando? En lo impersonal, quizás, podrías encontrar cierto estilo para engañar a tu ya delicada conciencia; aunque esto sólo funciona en ocasiones. En Tarántula, por ejemplo, la primera y única aproximación de Robert Allen Zimmerman a la ficción literaria, un joven Dylan se acoge a la experimentación poética para volcar un aluvión incesante de personajes que firman poemas y baladas surrealistas con nombres verdaderamente sorprendentes: Toby Apio, Benjamín Tortuga, Homero la Guarra… Imagínate volver a casa y hacer de cada carta, de cada correo electrónico, una experiencia delirante. Por ejemplo: ¡perdona mi retraso, cariño, pero he olvidado mi idioma! Y luego: ¡deberás excusarme, mi vida, pero tengo cita con el diablo! O bien: ¡no te contaré mi vida, te contaré la historia de Apio! No sabes qué pensarán al otro lado –esa mujer que lo sabe todo y que espera, impaciente, tus cartas-, aunque resulta interesante imaginarlo.
lunes, 21 de julio de 2008
CRUCE DE CAMINOS
Cuando intenté explicarme a mí mismo de qué trataba esto, no encontré una explicación coherente. Tenía la sensación de estar comenzando algo, algo nuevo, pero tampoco podía precisar su contenido. Sentía que algo tiraba de mí con fuerza, hacia afuera, pero era incapaz de identificar ese impulso, ese empuje capaz de desvelarme, ese afán crepuscular que me obligaba a mirar hacia la calle, al cruce de caminos, y preguntar por el nombre de las cosas. Cuando intenté regresar a mí mismo note que todo había cambiado. Anoche soñé que la tradición le hacía un guiño absurdo a todas las variantes del desastre. Y que si alguien conversaba a mi lado yo debía permanecer atento. También soñé que las cosas se evaporaban en un espejismo de imágenes que no gozaba de ningún significado oculto. Había que acostumbrarse a ellas, porque era toda la conformidad y toda la verdad que se ocultaba en el sueño. Cuando intenté explicarme el sueño, noté que la luz se demoraba. Al poco, una pequeña hendidura se abrió paso a través de las tinieblas del cuarto. Cuando intenté explicarme a mí mismo de qué trataba todo esto, no encontré una explicación coherente. Pero entendí que así se movía el mundo y que así comienzan las historias. El bardo, en la emisora, mientras tanto, reclamaba con insistencia: y ¿no sabes ninguna canción feliz?, me preguntaba, ¿no sabes cómo diablos cantarla?