domingo, 24 de mayo de 2009

LA MALLA


Quiero creer que a un científico del pop (Nacho Cano dixit) como Antonio Vega no le hubiera disgustado una analogía como ésta: “Imaginemos –escribió Wittgenstein describiendo su particular visión del conocimiento científico de la realidad- una superficie blanca con manchas negras irregulares. Al margen de la imagen de conjunto que adopten, siempre podremos aproximarnos a ella con toda la exactitud que queramos cubriéndola con una malla tan fina como sea necesario y anotando en cada espacio si es blanco o negro. De esta manera habremos impuesto una estructura uniforme en la descripción de la superficie”. Evidentemente, la malla tendría las características que permitirían un acercamiento lo más exacto posible a esa superficie blanca con manchas negras irregulares que aquí, en estas líneas de escritura, no es más que una metáfora de la vida. Y la malla del científico del pop sería el componente subjetivo, o el elemento a priori kantiano; mientras que la superficie blanca con manchas negras irregulares, es decir, la realidad del mundo y de la vida a la que nosotros podemos tener acceso, sería el elemento objetivo, o el elemento a posteriori kantiano. A través de la malla que anteponía entre él y el mundo, Antonio alcanzaba el conocimiento de la blancura más intensa y de la oscuridad más negra; del claro amanecer de la esperanza y de las noches en vela. Y quiero creer que así se acercaba a la realidad Antonio, a la vida; y que así componía sus canciones, en un ejercicio de sensibilidad extrema, de precisión y de síntesis que las hacía casi perfectas. Y no creo que todas lo fueran (ni tenían porqué serlo); pero media docena de ellas, al menos, las que todos tenemos en mente, expresan lo extraordinario y lo sencillo de las cosas cotidianas; la bendita maldición de la belleza y el símbolo perverso del abismo; las virtudes y los vicios que insinúan la compleja identidad de un ser humano. A través de la malla de Antonio aún se pueden ver los signos de una historia que no se diferencia demasiado de otras historias: una tarde de lluvia, en Malasaña; una copa helada de absenta; un beso robado en la penumbra del “Penta”; pero que en manos de Antonio, en la voz de Antonio, nos recuerdan que se trata de nuestra propia historia, de quienes fuimos entonces y de cómo recorrimos el camino, de quienes somos ahora y porqué nos persiguen los fantasmas. Dejándonos desnudos ante la incógnita implacable de un espejo. Dejándonos a solas con la extrañeza inexplicable de un recuerdo. Que una simple canción consiga todo esto no dejará de asombrar a algunos. Que la cultura de masas sea la responsable de la banda sonora de una vida no debería sorprender a nadie. El rock es sólo basura, pensarán algunos; pero como la Suzanne de Leonard Cohen siempre ha caminado entre la basura y las flores. Y algunas de las flores más hermosas son hijas de la lucidez y el ruido. Y algunas de las flores más hermosas, más sublimes, aparecen donde nadie las espera. Como escribe Nöell Carroll en Una filosofía del arte de masas: “La tarea de condenar o alabar el arte de masas en virtud de su propia naturaleza me parece quijotesca. Como la mayoría de las prácticas humanas, el arte de masas involucra ejemplos dignos e indignos (moral, política y estéticamente), y la alabanza o condena parece apropiada al nivel de los ejemplos particulares. Supongo que podría decirse en su defensa que es valioso porque pone la experiencia estética al alcance de mucha gente; pero yo creo que la auténtica defensa consiste en que ha producido obras de gran calidad”. Aquellos jóvenes muchachos de 1980 olvidaron los nombres de Kierkegaard, Nietzsche, Flaubert, dejando de lado todo lo que significaba la cultura con mayúsculas. Pero, en cambio, memorizaron e hicieron suya una nueva cultura que incluía el aprendizaje de nombres rarísimos: Siouxsie & the Banshees, Echo & the Bunnymen, Joy Division. Y aquellos jóvenes muchachos leyeron a William Blake, una tarde plomiza de otoño: “Los caminos del exceso conducen al palacio de la sabiduría”. Y compartieron el elixir de la eterna juventud olvidándose del resto. Y se hicieron sabios, o al menos lo intentaron, a pesar del riesgo. Bob Spitz, crítico musical, que hizo balance de los 10 años de democracia y música pop para la revista Rolling Stone en 1985, afirmó que aquella generación buscaba emociones en lugar de soluciones. A través de la malla de Antonio se adivinan los signos de una historia que no se diferencia demasiado de nuestra propia historia. A través de la malla de Antonio no se vislumbran soluciones; pero nunca falta el amor, la emoción, el enigma.

martes, 12 de mayo de 2009

NO ME IRÉ MAÑANA


“Pero vigila el enigma de los jóvenes muchachos”.
Pausanias, Descripción de Grecia

domingo, 10 de mayo de 2009

INTERFERENCIAS


Imagina que la vida es así. Una larga autopista, recta y silenciosa, apenas habitada. Una línea imaginaria donde transitar hacia adelante, sin apenas equipaje, y donde todo, absolutamente todo, es posible. Ya te lo dije, ¿recuerdas?: la filosofía no es más que un estilo de vida. Un día, crees haber encontrado al maestro perfecto, al educador virtuoso, que va a señalarte las reglas, los valores, que pueden guiar tus días. Pero, de repente, se producen interferencias, inexplicables, y todo cambia. Los seres humanos cambian, van viajando en línea recta y van cambiando. Y lo que un día tuvo un valor relevante, imprescindible, de pronto nos parece extraño. Y entonces, hay que cambiar la manera de mirar, y de vivir; y eso es todo. Y en eso consiste la vida. Y en eso consiste la autopista, silenciosa, incomprensible. Y en eso consiste la filosofía. Cuando decides hablar por ti mismo, cuando decides que la tradición es sólo un lastre, un peso inútil, debes oír tu propia voz, entre la voz de todos, y apreciar su intensidad, su extrañeza; y debes también acostumbrarte. “Ser inteligible para uno mismo –escribe Stanley Cavell- es como descubrir cuál de entre todas las voces que compiten por expresar tu naturaleza, es de la que debes apropiarte aquí, ahora”. ¿Y que ha hecho que decidas hablar por ti mismo? ¿Por qué has considerado, en determinado momento, el mundo externo como un problema, un sentimiento de insatisfacción con lo que somos, lo que tenemos, y has pensado, vanidoso, que merecemos más, mucho más, de lo que ahora disponemos? Estoicismo, me dices. Retiro y aislamiento. Pero yo soy el cowboy de medianoche (escucho música de carretera) y sería capaz de todo por una buena cerveza. Y ésta es también una manera de establecer una relación genuina con el mundo que puede venir provocada por una pérdida o por una certeza. Y ésta es también una forma de hacer filosofía, mi propia filosofía, al margen, y en contra de todos. Porque yo agotaría el color de una mirada, de tu mirada, sin importarme el mundo. Y me hundiría en los placeres de la carne, de tu carne, hasta volverme loco. Porque si me alejo demasiado del mundo, y de la vida, si me pierdo en “Ninguna Parte”, pierdo lo que da sentido a la existencia; me pierdo a mí mismo. Y esto da lugar a un problema filosófico, a la amenaza del escepticismo; pero ahora las interferencias no me permiten establecer las bases para poder explicar todo esto. Y yo prefiero seguir escuchando música de carretera. Y prefiero seguir soñando con una excelente cerveza. “Y el universo –como escribió Emerson- brilla para cada uno de nosotros”. Y no es éste el momento de perder el rumbo, ni de perder el tiempo. Los “señores de la vida” emersonianos pueden señalar la senda y pueden dibujar el mapa para que el explorador se pierda, de nuevo, o siga su camino con firmeza. Categorías –como señala Cavell- que no experimentan objetos particulares del mundo, sino que experimentan el mundo como totalidad: “Ilusión, temperamento, sucesión, superficie, sorpresa, realidad, subjetividad... he aquí los hilos del telar del tiempo, los señores de la vida”. Y al final, cuando intento nombrar una ciudad (Buenos Aires, por ejemplo), para sellar un pacto, es otra la ciudad que se interpone, o que presenta sus credenciales, en el juego delicado de un dilema. Paris, me dices; y como yo todavía ando despistado (aún tengo en la cabeza música de carretera) me digo a mí mismo: ¡Ah, claro; Paris, Texas! Porque yo soy entonces el cowboy de medianoche y no consigo escapar a la extrañeza. Porque la vida es así, una autopista silenciosa, o una burla eterna, en la que nos movemos como ilusos para no quedarnos quietos. En la que echaríamos el ancla, en algún sitio, pero el fondo es de arenas movedizas. Donde nos comportamos como idiotas por esa necesidad que tenemos de que los estados de ánimo, y los objetos, se sucedan. Pero en la que nada, absolutamente nada, es demasiado fuerte para nosotros. Y en donde nuestro amor por lo real nos lleva a lo permanente. Y la circulación, y el exceso, a la salud del cuerpo.

domingo, 3 de mayo de 2009

MODELOS DE EXTRAÑEZA


Me escribe Magda, desde Veracruz, México. Y, como no son buenas noticias (a estas alturas, todos sabemos qué está ocurriendo en México), me obliga a enfrentar la reflexión con el mundo cotidiano de los hechos, de las implicaciones, de las sospechas, de los sentimientos y de los miedos humanos; me obliga a mirar al mundo, cara a cara, en esta actualidad extraña de pandemia, máscaras protectoras, intereses económicos y datos científicos. ¿Ontología de la actualidad? ¡Quién sabe! El mundo es como una esfera extraordinaria, insólita, donde la extrañeza se muestra como una amenaza, y donde salvar la piel, un día –como escribe Carlos Marzal, el poeta, en Los países nocturnos-, es un milagro. El número de muertos, o infectados, en la gélida y estúpida estadística, dibuja con las cifras de lo exacto el signo informativo de las horas. Felipe Calderón, el presidente, pide a los ciudadanos no salir de casa durante cinco días. Y algunos mexicanos, obligados a elegir entre el exilio universal o la rebelión cósmica, acaban convencidos de que la peste del terror apocalíptico y de la inmovilidad, que la peste de la estupidez humana, es mucho más peligrosa que la peste vírica. Aunque, a estas alturas, quizás ya debería yo haber formulado la primera pregunta; pero la cuestión se me antoja tan oscura que, en principio, no consigo encontrar la pregunta correcta. La anatomía del virus, por ejemplo, genoma del H1N1, me informa de lo siguiente: “los virus de la gripe tienen sus 11 genes repartidos en 8 fragmentos, lo que facilita su variabilidad cuando dos virus infectan una misma célula. El virus H1N1 del brote mexicano es el más complejo estudiado hasta ahora por los científicos”. Y en el Editorial de un medio de formación de masas leo también lo siguiente: “Alerta muy seria, sí. Alarma teñida de dramatismo, no”. Esta es la advertencia de la Organización Mundial de la Salud a los Gobiernos. Y es a partir de aquí, de este concepto, donde la primera pregunta, indiscreta, acierta a expresar una duda: ¿Qué significado posible tiene que estemos, en este preciso momento, en estado de alerta? ¿Qué significa buscar significados más allá de lo que todos, en condiciones normales, damos por suficiente? ¿Por qué tenemos la sensación, en ocasiones, de estar en continuo peligro, o amenazados, o en estado de alerta? Al parecer, según cierta visión del mundo (Mike Davis, The Guardian), el monstruoso poder de la industria ganadera sería el responsable de la gripe porcina. En el cieno fecal de una gorrinera industrial, en las instalaciones de la filial de una importante transnacional, en Veracruz, precisamente, estaría el epicentro del problema. Y esta denuncia nos advierte, además, ante la posibilidad de que los árboles (o el espectáculo) nos impidan ver el bosque; porque lo más importante sería el bosque, es decir: la fracasada estrategia antipandémica de la OMS, el progresivo deterioro de la salud pública mundial, la mordaza aplicada por las grandes transnacionales farmacéuticas a medicamentos vitales y la catástrofe planetaria que es una producción pecuaria industrializada y ecológicamente desquiciada. Pero volvamos de nuevo a las preguntas. ¿Quién se beneficia, al fin y al cabo, de nuestra desinformación, de nuestro miedo, de nuestra indiferencia? Naomi Klein, en La doctrina del sock, también nos ofrece su visión alarmante del mundo. “Este libro –señala la canadiense- es un desafío a la afirmación central y más valorada en la historia oficial: que el triunfo del capitalismo desregulado nació de la libertad, y que los mercados libres irrestrictos van mano en mano con la democracia. En su lugar, mostraré que esta forma fundamentalista de capitalismo ha sido consistentemente traída a la vida por las formas más brutales de coerción, infligidas al cuerpo político colectivo, así como a innumerables cuerpos individuales”. La visión de Naomi Klein, esa hipótesis en forma de venenosa metáfora, descubre los materiales ocultos que van construyendo nuestra historia. Y esta esfera especial, insólita, donde todo lo extraño acaba teniendo un nombre, y toda la extrañeza su elemental concepto, comienza a girar de manera descontrolada, se alborota, y comienza a girar con fuerza. Las sociedades modernas –según Naomi Klein-, son sometidas a verdaderos electroshocks que permiten ablandarlas y someterlas a la aplicación de políticas neoliberales sin anestesia. La idea es que una matanza, un desastre natural, o cualquier hecho que provoque una conmoción importante abre paso a la posibilidad que ciertas políticas neoliberales ponen como condición para que se aplique la política del shock a una sociedad domesticada por el terror y el miedo. “La doctrina del choque, como todas las doctrinas –afirma Klein-, es una filosofía de poder, una filosofía sobre cómo lograr sus propios objetivos políticos y económicos”. La cuestión sería la siguiente: ante una crisis, un desastre, o un choque imprevisto, la sociedad entera se ablanda, se disloca; y la gente, entonces, se desorienta. Al final, se abre una ventana, exactamente como la ventana en la cámara de un interrogatorio. Y en esa ventana, se puede introducir lo que los economistas llaman la “terapia de choque económico”. “Es una especie –concluye Klein- de extrema cirugía de países enteros”. Y, llegados a este punto, observadas con detalle las diferentes metáforas, y las distintas versiones o modelos de extrañeza, ya dispongo de ciertas respuestas, aunque nunca olvido que una respuesta a una cuestión filosófica fácilmente puede resultar incorrecta; no así su liquidación mediante otra pregunta. La escritora mexicana Vivian Abenshushan, por ejemplo, propone ésta: “¿Y entonces de qué sirvió que Duchesne descubriera hace más de un siglo la penicilina?”. Y Vivian Abenshushan contesta: “de nada sirve frente a las alergias provocadas por las condiciones ambientales de la sociedad industrial; de nada sirve si las bacterias se ríen de la penicilina cada vez que se la inyectan a un cerdo enfermo por hacinamiento”. La economía del desgaste biológico se expresa, finalmente, en esa sobredosis de antibióticos y hormonas inyectadas en las venas de animales hacinados, descabezados, en los campos de concentración de las granjas agrícolas. ¿Ontología de la actualidad? ¡Quién sabe! La vida es como un cruce de caminos, inquietante, donde aprendemos las palabras, y las cosas, que dan sentido a la vida. El mundo es esta esfera cotidiana, misteriosa, donde lo extraño se muestra como una amenaza, y donde salvar la piel, un día, es un milagro.