domingo, 14 de septiembre de 2008

ASIGNATURA PENDIENTE

Están ahí, justo al lado, en las aceras del camino, orgullosos, o a ambos lados de la carretera; pero yo no conozco sus nombres. Como un estudiante perezoso que ha dejado para septiembre algunas asignaturas, yo debo ahora examinarme de esta materia. Y para ello he decido estudiar con la ayuda de Lawrence Ferlinghetti. “Jesús –escribió Ferlinghetti- se bajó de su árbol desnudo este año y se fue a refugiar silenciosamente en el vientre de una anónima María”. Con Ferlinghetti bajo el brazo cruzo la entrada del Jardín Botánico: tengo que aprender el nombre de los árboles; esta es mi asignatura pendiente. Los árboles están aquí, erguidos, silenciosos, esperando que alguien los nombre. Mi secretaria, con su infinita sabiduría, me ha prestado unos apuntes para guiarme en la tarea de entablar conversación con la naturaleza. Ella piensa que su inclinación por la naturaleza no me interesa, que me resulta intrascendente; pero ella se equivoca. Ella escribe su propio libro de filosofía en contacto con la naturaleza y así concibe la vida desde otra perspectiva, aceptando algunos tiempos, la belleza sin retoques, las tendencias, los ciclos. En un ocasión me dijo: “me produce más placer observar la madera de un árbol que un reloj de colección”. Y su confesión me recordó a Thoreau, en Walden, y su relación con la naturaleza. Thoreau escribía la naturaleza, leía la naturaleza, y así se convirtió en filósofo. Como escribe Stanley Cavell: “la lectura lo es de cualquier cosa que esté ante ti”. Y los nombres de los árboles, en manos de mi secretaria, son el libro de filosofía que ahora leo, mientras intento aprender otros nombres, mientras intento leer y escribir sobre los árboles que observo, que observan, y que me rodean. Los nombres de los árboles, en manos de mi secretaria, me transportan a un mágico lugar donde el tiempo se detiene: Palos borrachos, Jacarandaes, Tipas, Espumillas, Ceibos, Lapachos. Y los nombres de los árboles, ahora, en mis manos, son nombres de esperanza que se protegen de la ciudad y del asfalto desde el cielo azul de las alturas: Tejo, Almez, Sequoia, Roble, Plátano, Olmo. “He dormido en cien islas en donde los libros eran árboles”, escribió Lawrence Ferlinghetti. Y ahora, con la asignatura pendiente aprobada, con la lección bien aprendida, los nombres de los árboles se mezclan, orgullosos, y unimos con ellos nuestros nombres.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que causalidad el martes me han invitado al Chelsea Physic Garden. Un jardin botanico secreto en la mitad de Londres fundado en 1673 . Un lugar magico donde uno puede escaparse del asfalto y dialogar en silencio entre las flores.

A proposito me han prestado Derek , a film by Isaac Julien .

Anónimo dijo...

Enrique, cualquier profesora te pondría un 10. Yo, además una carita con sonrisa, dibujada con marcador del color que prefieras. Los hijos han llegado, los árboles, al nombrarlos los has plantado en tu vida, y el libro lo escribís todos los días. Hay algo que falte? Creo que no.

María de Herem dijo...

Me llega. Hace poco retomé una visita a un parque. Pensé que saber el nombre de los árboles me situaría mejor en mi Camino, que le pondría más sabor. Sin embargo no tengo quien camine conmigo y se sepa todos los nombres de los árboles y por eso hay muchos que siguen siendo tan anónimos para mí como yo para ellos. Sólo algunos: tejo, abedul, roble, pino... y algunos más. Castaño, y esos recorridos son hermosos. Y también puros. Y los relojes no me estimulan pero siento el reloj colgado de mi brazo. La vida es un reloj que no está a la vista en las joyerías. Y tú lo sabes. Pero también que el espíritu de un parque o de un bosque tiene más que ver contigo que tantos habitantes de las ciudades.