domingo, 31 de agosto de 2008
CIUDADES, SIGNOS, PALABRAS
domingo, 24 de agosto de 2008
POSIBILIDADES DE SENTIDO
Las palabras van y vienen, circulan por la autopista, tejiendo y destejiendo posibilidades de sentido. Ella me pregunta que cómo la imagino, y a mí se me revela una palabra que figura entre los versos y las sombras de un libro de un excelente poeta. Fervor, le digo; lo que equivale a decir: Entusiasmo, Pasión, Calor, Llama, Intensidad, Exaltación, Impulso, Desenfreno, Apasionamiento, Excitación, Arrebato, Furia, Frenesí, Delirio, Locura. Para cerrar el círculo, para cubrir con un manto toda la impaciencia acumulada, yo añado: Sensibilidad; Sensualidad; Inteligencia. Y una vez cerrado el círculo, abrazada la locura con las manos y los sueños de los locos, me detengo ante la voz de esa corriente que envuelve los espacios invisibles, me embeleso ante los signos y los gestos que simbolizan y alientan. Los dos estamos jugando al juego de las palabras; es un combate de esgrima: intentaremos tocarnos con un arma blanca; pero también estamos justificando un acuerdo. “Las palabras más simples, –no sabemos lo que significan excepto cuando amamos y aspiramos”, escribió Ralph Waldo Emerson en su ensayo Círculos. Y Stanley Cavell añade: “Cualesquiera que sean los estados que estas palabras pretendan designar, esta observación no dice que dichos estados sean efectos de las palabras sino más bien lo opuesto: que ellos son sus causas, o, mejor, condiciones de la compresión de las palabras. Aunque no sea algo sin precedentes que un filósofo nos diga que las palabras que empleamos cada día son imprecisas y provocan ilusiones, no es usual, ni siquiera normal, en filosofía, decir que el acceso a su significado pasa por un cambio del corazón”. Porque lo más importante, ahora, no es qué significan las palabras que yo he utilizado para crear una imagen, sino desde dónde nacen las palabras que hacen posible esta imagen. Y para entender todo esto, para intentar explicarme a mí mismo, y describir lo que siento, yo sólo puedo recurrir a estas palabras. Palabras que nacen del corazón, del sentimiento, forjadas por el aliento de una violencia encantada. Palabras que nacen desde el deseo, arrancadas al vacío, y que se muestran desnudas en la dulce intuición de una promesa.
lunes, 18 de agosto de 2008
RESPUESTAS
No sé si este es el tono adecuado, el más aconsejable; pero sé que es el tono que me marca la vida. Wittgenstein escribió en su día: “Creo haber resumido mi posición con respecto a la filosofía al decir: de hecho, que sólo se debería poetizar la filosofía”. Y siempre me ha gustado imaginar en qué contexto lo hizo, cómo llegó a la conclusión de qué papel le quedaba reservado a la filosofía. Después de un largo camino, el equipaje de las preguntas encontraba una insólita respuesta, aunque no resultaba sorprendente haber llegado, casi al final del sendero, justo al comienzo del mismo. A estas alturas de la vida, uno espera encontrarse con al menos una respuesta. Y hay quien busca respuestas leyendo las noticias en la actualidad de los periódicos; pero yo hace más de un año que ya no leo periódicos. Como mucho, puedo leer los titulares; aunque nunca paso de estas líneas breves; y compongo con los titulares de las noticias poemas y extrañas canciones que no comparto con nadie. John Lennon compuso A day in the life sentado al piano y colocando el diario (un ejemplar del Daily Mail del 17 de enero de 1967) en el atril reservado a la partitura. Gracias a ello, pudimos enterarnos de que el ayuntamiento de Blackburn, en Lancashire, había contabilizado un total de cuatro mil baches en su pavimento; pero aunque heredamos una de las canciones más hermosas de nuestra vida aún nos quedaba tiempo para seguir esperando respuestas. Dylan nos había dicho, unos años antes, que la respuesta estaba en el viento; pero la respuesta, en ocasiones, puede encontrarse velada entre las hojas de un amarillento calendario. Hacía muchísimo tiempo que yo no prestaba tanta atención a las hojas de un calendario. Me acerco a él como quien se acerca al Oráculo de Delfos esperando una visión milagrosa; pero el calendario se mantiene, de momento, en un respetuoso silencio. La función del calendario es recordarme el mes en que vivo, el día en que habito; pero yo estoy necesitando saber en qué día encontraré la respuesta. En Rebelde sin causa, el viejo filme de Nicholas Ray, Jim Stark (James Dean) es un adolescente angustiado por la necesidad de demostrarse algo a sí mismo; es un hombre joven que está necesitado de respuestas. Cuando retan a Stark a que participe en una prueba de valentía (esas carreras de coches, hasta llegar al acantilado, en las que hay que saltar del vehículo en el último momento), éste le pregunta a su padre esperando, atormentado, una respuesta; y el padre se disuelve en evasivas: “Diez años –le contesta-. En diez años verás las cosas de manera distinta”. Y Jim Stark se revela como un león encerrado en el interior de una jaula: “¿Diez años? Quiero una respuesta ahora. La necesito”. El león encerrado en la jaula quiere saber, urgentemente, cuál será su destino. Y mientras uno contempla el calendario con las hojas amarillas que guardan silencio, con el diario en el atril reservado a la partitura, se imagina impaciente el momento en que será desvelada la respuesta. Mientras yo contemplo el calendario, mientras el viento sopla con fuerza en dirección al océano, los días siguen pasando.
lunes, 11 de agosto de 2008
ORDINARIO EXTRAORDINARIO
lunes, 4 de agosto de 2008
ESTEREOSCOPIO WILCOCK
Hay escritores que expresan conceptos comunes a todos con una facilidad asombrosa. “También el poeta –escribió Wittgenstein- debe preguntarse una y otra vez: ¿es lo que escribo realmente cierto? Lo que no debe significar: ¿sucede así en realidad?” Si tú me cuentas la historia de tu cicatriz, yo te contaré la mía. Si tú me cuentas la historia de tu fracaso, yo te contaré la historia mi vacío. Si tú me cuentas cómo abandonaste Egipto, con tus libros y tu pistola, yo te contaré cómo entré en Jerusalén escoltado por la policía. El estrés cotiza al alza en la Bolsa. Los aparatos electrónicos dejan de ser privados al entrar en los Estados Unidos. Miles de hormigas voladoras vuelan sobre las cabezas de los androides asistentes a la Campus Party. Pero los participantes en los Juegos Olímpicos de la Comunidad de los Solitarios no parecen darse por aludidos. Para ellos, la vida no es más que un cuento absurdo de ese género que algunos han calificado como literatura fantástica. En 1972, Juan Rodolfo Wilcock (“un enigma –escribió Héctor Bianciotti- que la literatura argentina podría jactarse de poseer si la literatura italiana no fuese infinitamente más pródiga en enigmas y jactancias”), escribió el prefacio de su obra Lo steroscopio dei solitari: “Lugar común-verdad: que el hombre en cualquier situación se encuentra solo. Ve a Wittgenstein, cucaracha dentro de una caja: no hay necesidad, si nadie la ve que dentro esté una cucaracha. Vale también para Dios. La soledad empuja a hacer, porque si no, se puede arriesgar la inexistencia. Vale también para Dios. El hombre necesita soledad, pero también comunicación; empero, la comunicación turba la soledad; hacerle convivir sin lucha es la premisa de la felicidad”. Cuentan que su “invención” más acabada fue describir la puesta en escena de las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein. Al parecer, durante algunas semanas, Wilcock sustituyó al crítico teatral del diario Il Mondo. Como asistir a las representaciones lo aburría considerablemente inventaba espectáculos inexistentes haciendo creer a los lectores que las obras se habían estrenado en Oxford, Tánger u otros lugares. El estreno de la versión teatral de las Investigaciones Filosóficas tuvo lugar en Oxford, a mediados de los setenta, bajo la dirección del catalán Llorenç Riber, y después de que éste superara la ardua selección del fondo musical de la obra que, contra todo pronóstico, no recayó en Webern sino en Beethoven, quien suena durante toda la representación, a excepción del momento del prólogo (el fragmento de San Agustín acerca de las palabras y de los objetos que ellas designan), reservado por Riber para un aria de La Creación de Haydn. Juan Rodolfo Wilcock nació en Buenos Aires el 17 de abril de 1919. En 1955 abandonó Argentina y se instaló en Italia. También abandonó el castellano y comenzó a escribir en italiano. Encontrar un libro suyo en una librería de Madrid es un asunto imposible; preguntar por él o citar su nombre provoca inevitablemente gestos de perplejidad o de asombro. Poco antes de cumplir cincuenta y nueve años, el 16 de marzo de 1978, fue hallado muerto en su casa de Lubriano. Un infarto lo había sorprendido mientras leía, recostado en un diván, L’infarto cardiaco, del doctor Alberto Saponaro. También el poeta debe preguntarse, una y otra vez, si lo que escribe es cierto, aunque esto no signifique que tenga nada que ver con la realidad. La realidad es el lugar donde la gente corriente habla de cicatrices, de fracasos, del estrés, de la Bolsa, de aparatos electrónicos y de hormigas voladoras; aunque para el poeta todas estas cosas resultan bastante extrañas. Juan Rodolfo Wilcock sabía que la realidad es el lugar del vacío, de la soledad y de lo extraño. Amaba a Wittgenstein, la poesía y la lectura del Scientific American. Estas tres cosas le procuraban una felicidad suficiente.