lunes, 15 de diciembre de 2008

RAYUELA, HOY

¿Cómo se vuelve a un libro, a un libro importante, después de tantos años? ¿Qué hace que uno vuelva, justo ahora, en este preciso momento? ¿Qué sucede cuando todo, el mundo, y el lector, y el libro, han cambiado? Rayuela, hoy. Tenía que llegar tarde o temprano. Tenía que llegar porque este libro ya me estaba esperando, como sólo esperan los libros; y era sólo cuestión de tiempo. Vuelvo a saltar ahora, de casilla en casilla, y empujo la piedrecita, impaciente, desde la tierra al cielo. ¿Cuántos ejemplares tengo de este libro, dispersos como cometas, en el exilio de mis libros? Cuando leí Rayuela, a finales de la década de los 70’, yo tenía los bolsillos casi vacíos; pero hoy los tengo llenos, llenos de piedras. Y estas piedras son como marcas o etiquetas, como lápices de cera que dibujan concordancias, uniones, adherencias, y que me hacen girar la cabeza hacia esa obsesión que me llama, insistente, cercana; que me llama y que reclama mi presencia. El profesor mexicano Pedro Gurrola me presta su caja de herramientas: Wittgenstein en Cortázar y Elizondo, Cuadernos Hispanoamericanos. Y gracias a él, y a su trabajo, enlazo dos planetas que se encuentran. Escribe Gurrola: “En el caso de Cortázar el interés por Wittgenstein se hace explicito en Rayuela (1963), en donde se le menciona en dos ocasiones, una en el capítulo 28 y otra en el 99. En ambos casos el nombre de Wittgenstein surge en el contexto de discusiones que giran alrededor de las relaciones entre lenguaje y realidad. En algunos momentos de estas discusiones podemos percibir claramente ecos del Tractatus. Por ejemplo, en el capítulo 28 se habla del fracaso de toda tentativa de explicación metafísica, pues ‘para definir y entender habría que estar fuera de lo definido y lo entendible’, lo que nos recuerda una de las afirmaciones centrales del Tractatus: la filosofía no puede ir más allá de los límites del lenguaje y éste no puede hablar del sentido del mundo, pues el sentido del mundo tiene que residir fuera del mundo (Tractatus, 6.41). En ese mismo capítulo se aborda la cuestión del solipsismo y de la imposibilidad de acceder a la realidad del otro. Oliveira niega que podamos asegurar la existencia de una realidad única, válida para todos, pues cada individuo es un ser esencialmente incomunicado con los demás. Un aislamiento que sólo podría romperse si pudiésemos percibir la realidad desde el otro: ‘si al mismo tiempo pudieses asistir a esa realidad desde mí o desde Babs, si te fuera dada una ubicuidad, entendés, y pudieras estar ahora mismo en esta misma pieza donde estoy yo y con todo lo que soy y lo que he sido yo y con todo lo que es y ha sido Babs, comprenderías tal vez que tu egocentrismo barato no te da ninguna realidad válida’. Aunque la discusión no está inspirada exclusivamente en ideas de Wittgenstein, la insistencia en que dicha incomunicación se debe a una insuficiencia del lenguaje, del que ‘hay que desconfiar, si uno es serio’, parece corresponder a una lectura negativa de la proposición 5.6 del Tractatus: Que el mundo es mi mundo se muestra en que los límites del lenguaje (del lenguaje que sólo yo entiendo) significan los límites de mi mundo’”. Como era lógico, yo busco enlaces ciertos; ahora es ésta mi tarea. “Pagés Larraya –concluye Pedro Gurrola- lo resume en la afirmación de que ‘para entender a los axolotl, no hay otra alternativa que ser axolotl’”. Y Wittgenstein, por si quedaban dudas: “si un león pudiera hablar, no lo podríamos entender”. Ahora aún me sorprendo al recordar que Cortázar comenzó a redactar Rayuela, sin un plan preciso, precisamente en el capítulo 41, justo a la mitad del libro, en el capítulo dedicado a los “tablones”. Y yo comienzo la lectura de Rayuela por este mismo capítulo, y me imagino enderezando clavos, como Horacio Oliveira, sin saber a ciencia cierta si hace calor o hace frío. Me imagino alcanzando mi viejo tablón de cedro, de una ventana a otra, de este lado al otro lado; y sueño que, en la ventana de enfrente, un axolotl me espera, con su tablón de pino, y que aún podemos juntarlos; y que hablamos el mismo idioma, y que me lanza los clavos, los signos, la yerba; y que se muestra desnudo sobre el viento transparente del abismo. Un axolotl dorado, de letras rubias, y un axolotl perplejo, curioso, renacido. Y vuelvo a leer Rayuela como puente o como juego; y empujo la piedrecita, inquieto, de casilla en casilla, de un lado al otro lado, desde la tierra al cielo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

me parece mentira que la genialidad no sea comentada, así que yo lo hago.
escribís lindo, palabra de secretaria.

Enrique Bustamante dijo...

Pues éste no sé si lo he escrito yo o lo has escrito tú. Así que, la genialidad (que no es tal, exagerada) es compartida. Tus poderes sobrenaturales de Secretaria hacen posible que sucedan estas cosas. Ahora, a mover la piedrecita, que nos llama el juego.

Anónimo dijo...

poeta, juguemos, que eso sabemos hacerlo.
Vayamos a la historia, a la mía. En mi pueblo natal, las veredas eran tierra libre para la rayuela, como los patios del colegio. Cualquier lugar que permitiera que la tiza (o una piedra caliza) marcara los cuadrados y los números hasta llevarnos al cielo, eran mi territorio.
Una de estas tardes llego a casa cansada del trabajo, y en un ambiente que linda con la cocina y que hemos improvisado con mis niñas como lugar para estar mientras se plancha, o se mirá a mamá cocinar, donde están los placares repletos de juguetes y manteles que colecciono, Genoveva había dibujado una rayuela. Al verme me dijo que la borraría, que no me preocupara. Día tras día va y viene la rayuela, y el cielo parece más cercano, porque la pequeña va creciendo y sus tiros mejoran y sus saltos también. Y yo la observo y recuerdo que lo hacía igualito, y parece que fue ayer nomás. Y la vida es una rueda en la que todo gira y nos volvemos a ver reflejados, porque vos alguna vez lo dijiste, o al menos yo creí que lo dijiste. También creo que hemos dicho muchas cosas, pero pocas tan ciertas te he confesado como que en este fin de año, yo que soy a veces medio transparente, me voy a corporizar, para que sepas que no abandono mi puesto de secretaria de la editorial, y que te estoy acompañando. Ahora vos tirá la piedra, es tu turno, pero no me dejes sola que la rayuela sin compañero es de los juegos más aburridos, porque es como decirte te regalo la eternidad sin poder recibir un beso.

Enrique Bustamante dijo...

Jugaremos juntos. Y no te dejaré sola. Y llegaremos hasta el cielo. Seguro.

Anónimo dijo...

hola .Te puedes creer que nunca he leido Rayuela . Llego a Madrid manana asi que espero verte. besos

María de Herem dijo...

Te he visto, te he visto... dijo Talita .~)