domingo, 30 de agosto de 2009

LO FANTÁSTICO EN FILOSOFÍA


Apunte. Tan breve y enigmático como una breve y enigmática tarde de domingo. It’s a Wonderful Life, de Frank Capra. Un Cohiba Siglo II. Un sencillo cambio de planes. Anochece, ya en casa, después de tanto viaje, y ahora viaja la mente. La seguridad extraordinaria de que un nuevo curso empieza. Admiración, expresión y sentimiento. Y la sensación, seductora, de que es mucho más lo desconocido que lo que ya conoces. La decisión es tuya (no puede ser de otra manera) y tú eliges: una tradición, un continente, una literatura y una filosofía. Y como estos cuatro elementos, irrenunciables, tendrán que enfrentarse a tradiciones, continentes, literaturas y filosofías, la lógica aparición de las fuentes en el imaginario Cuaderno de Apuntes. “¿Qué podría presagiar –se pregunta Stanley Cavell- sobre la literatura de una cultura el que sus obras fundacionales sean obras de lo fantástico?”. La cuestión de si vemos la humanidad de los otros bajo la sombra de ideas tales como las de viaje imaginario, especialmente en busca del yo; e ideas tales como las de encontrarse en algún límite o umbral, como entre lo imposible y lo posible; e ideas de la confrontación de la otredad; y de algún tipo de reacción adversa a la sensibilidad científica moderna. “¡Qué de seres más diferentes –escribe Thoreau en Walden- y distantes entre sí contemplan lo mismo, en el mismo momento, desde las numerosas mansiones del Universo!... ¿Quién se atrevería a decir qué perspectiva ofrece la vida a otro? ¿Podría ocurrir milagro mayor que el de que nos fuera dado ver con los ojos de otro por un instante?”. Y, anticipándome, y a propósito de lectura y escritura (y esta vez Cavell): “Pero el milagro de ver cada uno de nosotros con los ojos del otro constituye también una descripción thoreauniana de lo que el autor de Walden entiende por escritura: anticiparse a los ojos de su lector, y ofrecerle a éste los suyos. De modo que el hecho de escribir, de la posibilidad del lenguaje como tal, es el milagro, lo fantástico. En consecuencia, el peso de la prueba de que los otros existen cae sobre la escritura y la lectura (cualquier cosa que éstas puedan ser) o, digamos, sobre lo literario, sobre el hecho de su existencia entre nosotros, constituyéndonos –es decir, mientras dure lo genuinamente literario, la conversación, el intercambio, de palabras genuinas”. Y el sol no es más que una estrella de la mañana (hay lugar para la esperanza, para la “buena vida”). Mientras tanto, poco a poco, casi sin esfuerzo, Wittgenstein y su amigo W. Eccles, hacen volar su cometa sobre el cielo plomizo de Glossop.

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