domingo, 9 de agosto de 2009

EL PRELUDIO


Viajando. Nadie se ha dejado nada en el camino. Ni el tiempo pasado en Asbury Park, New Jersey, jugando con las atracciones de feria, ni el viaje de ida y vuelta, escrito en el viento, han servido para olvidar o para cortar, de algún modo, el límite o frontera de este viaje. Uno, como todas las mañanas, se levanta de la cama y, sin poder evitarlo, ya está pensando. Y ya está haciendo de nuevo filosofía, a su manera, con las herramientas del tiempo, con los objetos de la vida, con la mirada perdida en el horizonte o en un punto fijo, con la mirada de “ver” y de hacer filosofía de nuevo en marcha. Quizás entre las Estaciones de Paddington y de Lancaster Gate, en Londres, porque el próximo destino es Londres. Quizás entre las Estaciones de Paddington y de Lancaster Gate, una mañana cualquiera, con la mirada de “ver” y de hacer filosofía, Joe Strummer, mirando hacia el futuro, tuvo esta idea: “El pensamiento es la razón para levantarse por la mañana”. Y, en ese preciso momento, toda la visión cobró vida al instante. Y todos los objetos, y los seres humanos, comenzaron a moverse en un laberinto invisible donde no había ni entrada ni salida, donde ya estabas dentro, desde el principio, en una esquina cualquiera, y había simplemente que moverse. Wittgenstein, a la altura de Sussex Gardens, recordaba lo sencillo (lo sorprendente) que resulta a veces todo: “Imaginemos un lenguaje –apuntaba en su cuaderno azul, o quizás marrón- en el que, en lugar de decir ‘No encontré a nadie en el cuarto’, uno dijera ‘Encontré en el cuarto al Sr. Nadie’. ¡Qué problemas filosóficos plantearía dicha convención!”. Y a sólo unos metros, encaramado en un árbol llamado sinsentido, en un rincón perdido de Hyde Park o de Kensington Gardens, El Gato de Cheshire aclaraba a Alicia lo sorprendente (lo sencillo) que resulta a veces todo: “Pero si yo no quiero estar entre locos... comentaba Alicia”. “Ah, pero eso no puedes evitarlo –contestaba el Gato-: aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Y tú también”. Uno, como todas las mañanas, se levanta de la cama y, sin poder evitarlo, ya está pensando. Y ya está haciendo de nuevo filosofía, a su manera, con las herramientas del tiempo, con los objetos de la vida, con la mirada perdida en el horizonte o en un punto fijo, con la mirada de “ver” y de hacer filosofía de nuevo en marcha.

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