miércoles, 3 de junio de 2009

ADICCIONES


He entendido que debo cruzar una línea. Esta es una historia tan vieja como las historias que cuentan los jefes de la tribu para sugerir que el juego al que se juega es el juego correcto, para insinuar cuál es el papel de cada uno en el momento oportuno, para señalar cuáles son los deberes, los derechos y las obligaciones, para recordar, cuidadosamente, en qué se basa la vida, la dirección, y el juego. Uno toma el periódico de un lunes por la mañana y se encuentra con un pretexto, con una metáfora, o con una versión aceptable de lo que ha estado pensando, de lo que piensa momentos antes de leer estas palabras, de lo que acabó pensando estando allí en el momento preciso, de lo que ahora se muestra a lo largo de la línea por la que camina, la única línea recta, la línea de la autopista. “Cuando en el cine –escribe Begoña Gómez, en ADN- un director quiere explicar sin gastar mucho metraje que un personaje está en plena búsqueda/huída de sí mismo, ¿qué hace? Lo coloca en un coche y a éste en una carretera solitaria”. La imagen es una imagen tan sencilla como compleja. La imagen es la misma imagen de siempre; pero nadie puede escapar a sus fantasmas. Espero que Walter Salles lleve, finalmente, En la carretera, a las pantallas. Pero estas líneas no tratan, curiosamente, de este tema. Estas líneas hablan, precisamente, del jefe de la tribu. Del jefe de la tribu Huaroani, por ejemplo, “Mincayani”, el jefe que enseña todo lo que un hombre, en edad adulta, debe saber: que es preciso matar con una lanza para preservar la vida, o morir bajo la lanza de otro guerrero; pero que también es posible abandonar la violencia, y amar a la tribu enemiga, que en otro tiempo provocó la extrañeza. En plena búsqueda/huída de mí mismo, mientras converso, tomo notas que mañana, sin duda, cobrarán sentido. ¿Adicciones? “Todas las sustancias capaces de generar adicción, ya sean euforizantes, sedantes, estimulantes, relajantes, energizantes, desinhibidoras o apaciguadoras, tanto naturales como de diseño, tienen en común una cierta capacidad para estimular la liberación de dopamina en el núcleo accumbens cerebral. Es el área de la recompensa y del placer, donde desembocan los efectos del sexo, la comida, la bebida y también del consumo de drogas adictivas. En todos los casos se potencia una liberación de dopamina por parte de las neuronas del área ventral tegmental, que penetran en el núcleo accumbens provocando euforia y un refuerzo de la conducta que ha desencadenado el estímulo. De esa función derivan asimismo las dependencias psicológicas”. Aunque, desde el “otro lado”, desde el horizonte fronterizo donde, nos guste o no nos guste, estamos condenados –maravillosamente condenados- a convivir con los textos filosóficos, los textos filosóficos que ya, de alguna manera, hemos heredado, los textos filosóficos que, a pesar de todo, de todas las dificultades, hemos hecho nuestros, con la esperanza de que, alguien, algún día, a su vez, herede nuestros textos, las palabras del filósofo, Stanley Cavell, muestran la correspondencia, evidente, y la otra cara del asunto: “Algo de lo que pensamos entra en el área de competencia de un agente moral como tal (...) es lo mismo que entra en lo que concebimos como competencia en conocerse a uno mismo y que entra, en consecuencia, en lo que entendemos por tener un yo (de modo que la moralidad encuentra una fundamentación en el conocimiento)”. ¡Menos mal que, a estas alturas, mientras todo empieza, “Mincayani” y yo nos fumamos, cara a cara, un par de cigarrillos! ¡Menos mal que, mientras todo pasa, y todo termina, unas líneas del periódico se muestran como un pretexto, como una versión aceptable, como una metáfora!

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