domingo, 15 de marzo de 2009

SAPERE AUDE: ¿EL SABER ES PELIGROSO?


“Tengo una imagen en mente –escribió Wittgenstein-, no puedo apartarla de mi mente”. Y también: “Algo me obsesiona, no puedo dejar de pensar en eso”. Unos amigos me plantean la siguiente pregunta: ¿El saber es peligroso? Y yo no encuentro motivos, en un principio, para encontrar el peligro, pero me temo que hay algo que no acaba de encajar como es debido. Primero, me imagino, para contestar a la pregunta, debería plantearme los usos posibles de la palabra peligroso. Por ejemplo: ¿Es peligroso lanzarse en paracaídas o practicar el alpinismo? ¿Resulta peligroso mirar al sol, durante horas, o apenas unos minutos, sin apartar la vista? O, también, supongo, imaginar para qué o para quién puede resultar el saber peligroso. ¿Peligroso para la comunidad a la que he otorgado mi consentimiento? ¿Peligroso para el Poder, siempre en la sombra? ¿O peligroso, precisamente, para aquel que piensa? Y quizás ya hemos llegado a la imagen que, como Wittgenstein, tengo en mente; y quizás ya hemos llegado hasta la imagen que tanto me obsesiona. Pero antes, entiendo, debería de intentar elucidar qué clase de saber nos proporciona la filosofía. En ¿Qué es la filosofía? Deleuze y Guattari responden a esta pregunta de la siguiente manera: “la filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos”. Y entonces yo podría preguntar: ¿pueden los conceptos llegar a ser peligrosos? Pero estaría volviendo de nuevo al principio, con los bolsillos vacíos, y no habría avanzado nada. No obstante, estaría más cerca de la imagen que me obsesiona si vuelvo a Wittgenstein y trato de comprender una de sus parábolas más enigmáticas sobre la naturaleza del filosofar: “Si me siento inclinado a suponer –escribe Wittgenstein- que un ratón surge por generación espontánea a partir de harapos grises y polvo, estará bien que acto seguido examine meticulosamente esos harapos para ver cómo pudo esconderse en ellos un ratón, cómo pudo llegar allí, etc. Pero si estoy convencido de que un ratón no puede surgir de estas cosas, entonces quizás esta investigación sea superflua. Pero debemos primero aprender qué es lo que en filosofía se opone a semejante examen de los detalles”. Juego de la extrañeza y extrañeza del juego. Stanley Cavell, al referirse a la parábola de Wittgenstein, añade: “Es un examen que expone las convicciones propias, el sentido que uno tiene de lo que debe y de lo que no puede ser el caso; por tanto requiere la derogación del sentido que se tenga de necesidad, para descubrir necesidades más verdaderas. Para hacerlo así, he de adentrarme en el estado mental donde me siento ‘inclinado a suponer’ que es posible que esté ocurriendo algo que tengo por imposible. Lo que significa que he de hacer el experimento de creer lo que tengo por prejuicios, y considerar la posibilidad de que mi propia racionalidad no sea más que un conjunto de prejuicios. Es preciso que esta actividad constituya una perspectiva dolorosa”. Y llegados a este punto yo podría preguntar, a mi vez, una cuestión que considero, ahora, oportuna: ¿Es peligroso el dolor que acompaña a la lucidez, al saber, a la sabiduría? O dicho de otra manera: ¿Son peligrosos los riesgos que se corren cuando, pensando al límite, o desde el limite, nos asomamos al borde del abismo? Para la prevención de estos riesgos el hombre moderno consume drogas variadas y excelentes placebos. “Ser tonto y tener trabajo; he ahí la felicidad”, que decía Gottfried Benn. Pero yo no quiero ser tonto, yo no quiero la felicidad del tonto, yo quiero la mayoría de edad, yo quiero correr el peligro. Aunque he de reconocer que, en ocasiones, atormentado y confuso, he llegado a estar de acuerdo con Cioran cuando escribe: “Ser, existir, vivir, nada más... No deberíamos pensar tanto, los que lo hacemos y los que no, felices ellos porque de ellos es el reino de la felicidad y la ignorancia (eternas compañeras)”. Pero volvamos de nuevo al principio y a esa imagen que tanto me obsesiona. Si en la tarea filosófica pongo en cuestión mi propia racionalidad, ¿no estaré corriendo un grave peligro? ¿Y qué conceptos, y preceptos, encontraré a lo largo de mis investigaciones? Y yo me pregunto, inquieto: ¿conseguiré estar siempre a salvo? En La locura de Nietzsche, Georges Bataille extrae la piedra secreta que juega en el enigma de la mente; y llega al final de estos apuntes para mostrar que el peligro no es sólo una cuestión de perspectiva; y que quien quiera saber, y encontrar su propia voz entre la voz de todos, ya sabe también a qué se expone. “El 3 de enero de 1889 –escribe Bataille-, Nietzsche sucumbía a la locura: en la plaza Carlo Alberto de Turín se arrojó sollozando al cuello de un caballo apaleado, y luego se desplomó; creía, al despertar, ser DIONISO o EL CRUCIFICADO. Este acontecimiento debe ser conmemorado como una tragedia. Cuando lo que está vivo –decía Zaratustra– se da órdenes a sí mismo, es preciso que lo que está vivo expíe su autoridad y sea juez, vengador y VÍCTIMA de sus propias leyes”. ¿Es la extracción de la piedra de locura, ahora a la vista de todos, el acto que desvela el jeroglífico? “El que comprendió alguna vez –concluye Bataille- que solamente la locura puede llevar a su término al hombre, se ve conducido lúcidamente por ello a elegir –no entre la locura y la razón– sino entre la impostura de ‘una pesadilla que justifica los ronquidos’ y la voluntad de darse órdenes a uno mismo y de vencer. Ninguna traición de lo que haya descubierto como destello y desgarro en la cumbre le parecerá más odiosa que los delirios simulados del arte. Porque si es cierto que debe convertirse en la víctima de sus propias leyes, si es cierto que el cumplimiento de su destino exige su pérdida –en consecuencia, si la locura o la muerte tienen a sus ojos el brillo de una fiesta–, entonces el amor mismo de la vida y del destino quiere que cometa antes que nada en sí mismo el crimen de autoridad que expiará. Es esto lo que exige la suerte a la cual lo vincula un sentimiento de riesgo extremo”. Tengo una imagen en mente, no puedo apartarla de mi mente. Algo me obsesiona, no puedo dejar de pensar en eso. Juego de la extrañeza y extrañeza del juego. Aunque, a decir verdad, ¿a qué juego estoy jugando yo ahora? ¿Es peligroso lanzarse en paracaídas o practicar el alpinismo? ¿Resulta peligroso mirar al sol, durante horas, o apenas unos minutos, sin apartar la vista? “Dígales que mi vida ha sido maravillosa”, le dijo Wittgenstein, poco antes de morir, a la Sra. Bevan, su cuidadora. De la misma manera, y conociendo su biografía, creo que Wittgenstein bien le podría haber dicho: “Dígales que mi vida ha sido muy peligrosa”.

3 comentarios:

María de Herem dijo...

Un día... si te parece bien Enrique, yo fumaré, sí, marihuana (sólo suelo utilizarla en su forma terapéutica) y por eso me reservaré esta extraordinaria y trepidante reflexión tuya. ¿Por qué? Porque en mi mente racional puedo llegar hasta cierto punto de comprensión. Pero no puedo sentir la palabra. Entonces... saber o el conocimiento no es peligroso -digo hoy desde aquí-. La idea no puede serlo porque sólo es (y qué maravilla) una idea. Pero la mente que se sirve del saber, del conocimiento, de la idea es lo peligroso: ¿aquello que potencialmente amenaza nuestra vida? La mente que hay detrás de cada cosa.

Ahora bien, ahondar en el conocimiento de uno mismo... si se hace con veracidad es peligroso, cierto. Pone en peligro la propia vida o la pone en el caso de algunos que si tenemos conciencia. Cuesta perdonarse los errores. Sobre todo los muy graves. Y también a los demás. Y hay un punto... un punto de no retorno (aquel que señalaba Kafka)en que el abismo es lo más probable. Y como decía Kundera, el vértigo o la tentación de dejarse caer. Como no hace demasiado que estuve ahí... creo que entiendo a lo que nos acercas. Y sin embargo para poder penetrar en ello... penetrar desde la calma y la reflexión lúcida, necesitaría de la hierba, de la sabiduría de la hierba y su sinergia conmigo.

Dicen que la marihuana es peligrosa. Y lo es. Si detrás de ella hay una mente, un cerebro adictivo que no comprende y acepta la necesidad del Límite.

Saludos, desde aquí .~)

María de Herem dijo...

Por cierto, familial, que no familiar, es un concepto de Deleuze.

Enrique Bustamante dijo...

Todo saber conlleva un peligro, María, y si ese saber es un viaje interior, a las entrañas de uno mismo, ese saber puede ser muy peligroso. Yo no necesito, ahora, de la Marihuana; quizás elegiría otras drogas; quizás me bastaría con un té con menta. Cuando uno descubre ciertas cosas, o toma como suyos determinados conceptos o formas de ver la vida, comienza el peligro. Atravete a saber, aconsejaba Kant. Atravete a pensar por ti mismo. Alcanzar la mayoría de edad puede resultar muy doloroso, porque la lucidez, en ocasiones, ciega. En fin... Confío en que, la Marihuana, al menos, sea buena, y encuentres las palabras que buscas, y el interior de las mismas, acompañadas de una sonrisa. Un abrazo.