
Imagina que así pueden ser las cosas. Que se pueden observar de esta manera, a cierta distancia, sin por ello descartar otros ejemplos. Que se puede mirar de este modo, y hablar de este modo, sin tener que abandonar otras visiones. Es así como en el mundo, en ocasiones, decide uno que debe tratar con su propio talante retrospectivo. Es así como uno se explica, o lo intenta, y maneja su propio lenguaje expresivo, su herramienta, convencido de que está en posesión de un material tan complejo, tan inestable, como el curso de los días y las horas. Uno aguanta todavía cogido con alfileres, y camina con muletas, y no se puede descartar ningún elemento perturbador que no se haya tenido en cuenta. Lo que se oculta, enigmático, bajo el químico manto del saber único, es un misterio. “¿Qué diferencia hay entre sentir amor, decir amor o describir el amor?”, se pregunta Maritza Ceballos (Universidad Javeriana, Bogotá) en La narración: de lo interpersonal a lo masivo. La cuestión es que padecer una emoción –explica Ceballos- no es lo mismo que percibirla. Wittgenstein dirá que esa percepción de mi propia emoción no es de tipo observacional sino un conocimiento de mi propia postura. Y ésta, no tengo que observarla ni externa ni internamente, ese conocimiento está implicado en la misma conducta. La observación de la tristeza de otro y la observación de mi propia tristeza son iguales, pero observar mi propia tristeza no es lo mismo que sentirla. Wittgenstein pone el ejemplo de la mirada. Cuando miro algo no miro mi mirada sino las cosas que observo. Así como no observo mi alegría, la siento. Una cosa es decir ‘tengo miedo de...’ y otra, un quejido que muestre el miedo. Sin embargo, aunque una puede ser la descripción del miedo y la otra su expresión, también podrían invertirse. Por lo tanto, el significado de la expresión o del quejido, se establece en el contexto, en la totalidad de la situación lingüística; las emociones no pueden ser definidas ni abordadas sólo desde su faceta mental, sino que requieren de la situación, del contexto, para su comprensión. En una página de su diario, Wittgenstein escribe: “Estoy muy enamorado de R.; es verdad que ya desde hace mucho tiempo, pero ahora con fuerza especial. Y sin embargo sé que con toda probabilidad el asunto no tiene esperanza alguna. Eso quiere decir que debo estar preparado ante la posibilidad de que se prometa y case en cualquier momento. Y sé que ello me resultará muy doloroso. Sé pues que no debo colgarme con todo mi peso de esa cuerda, porque sé que cederá un día. Lo que quiere decir que debo permanecer asentado con los pies en el suelo y mantener sólo la cuerda, no colgarme de ella. Pero eso es difícil. Es difícil querer desinteresadamente como para mantener el amor y no querer ser mantenido por él. Es difícil mantener el amor de modo que, si las cosas salen mal, no haya que considerarlo como un juego perdido, sino que se pueda decir: estaba preparado para ello y también así está todo en orden. Se podría decir: ‘si no te montas en el caballo, si no confías plenamente en él nunca podrías caerte, ciertamente, pero tampoco puedes esperar cabalgar nunca’. Y a ello sólo puede replicarse: ‘tienes que dedicarte completamente al caballo y sin embargo estar preparado ante la posibilidad de que en cualquier momento te tire”. Lo que se oculta, enigmático, bajo el químico manto del saber único, es un misterio. ¿Qué diferencia hay entre sentir amor, decir amor o describir el amor? Aprendemos a vivir de esta manera, a base de tropezones, pero no podemos escapar a ciertas deudas. Si lo escribo no consigo una explicación completa, pero acaricio el límite, los márgenes, la esfera, y me asombro ante los símbolos que creo, y descubro las figuras que los forman, y descanso ante el espejo que me expresa.