domingo, 10 de mayo de 2009

INTERFERENCIAS


Imagina que la vida es así. Una larga autopista, recta y silenciosa, apenas habitada. Una línea imaginaria donde transitar hacia adelante, sin apenas equipaje, y donde todo, absolutamente todo, es posible. Ya te lo dije, ¿recuerdas?: la filosofía no es más que un estilo de vida. Un día, crees haber encontrado al maestro perfecto, al educador virtuoso, que va a señalarte las reglas, los valores, que pueden guiar tus días. Pero, de repente, se producen interferencias, inexplicables, y todo cambia. Los seres humanos cambian, van viajando en línea recta y van cambiando. Y lo que un día tuvo un valor relevante, imprescindible, de pronto nos parece extraño. Y entonces, hay que cambiar la manera de mirar, y de vivir; y eso es todo. Y en eso consiste la vida. Y en eso consiste la autopista, silenciosa, incomprensible. Y en eso consiste la filosofía. Cuando decides hablar por ti mismo, cuando decides que la tradición es sólo un lastre, un peso inútil, debes oír tu propia voz, entre la voz de todos, y apreciar su intensidad, su extrañeza; y debes también acostumbrarte. “Ser inteligible para uno mismo –escribe Stanley Cavell- es como descubrir cuál de entre todas las voces que compiten por expresar tu naturaleza, es de la que debes apropiarte aquí, ahora”. ¿Y que ha hecho que decidas hablar por ti mismo? ¿Por qué has considerado, en determinado momento, el mundo externo como un problema, un sentimiento de insatisfacción con lo que somos, lo que tenemos, y has pensado, vanidoso, que merecemos más, mucho más, de lo que ahora disponemos? Estoicismo, me dices. Retiro y aislamiento. Pero yo soy el cowboy de medianoche (escucho música de carretera) y sería capaz de todo por una buena cerveza. Y ésta es también una manera de establecer una relación genuina con el mundo que puede venir provocada por una pérdida o por una certeza. Y ésta es también una forma de hacer filosofía, mi propia filosofía, al margen, y en contra de todos. Porque yo agotaría el color de una mirada, de tu mirada, sin importarme el mundo. Y me hundiría en los placeres de la carne, de tu carne, hasta volverme loco. Porque si me alejo demasiado del mundo, y de la vida, si me pierdo en “Ninguna Parte”, pierdo lo que da sentido a la existencia; me pierdo a mí mismo. Y esto da lugar a un problema filosófico, a la amenaza del escepticismo; pero ahora las interferencias no me permiten establecer las bases para poder explicar todo esto. Y yo prefiero seguir escuchando música de carretera. Y prefiero seguir soñando con una excelente cerveza. “Y el universo –como escribió Emerson- brilla para cada uno de nosotros”. Y no es éste el momento de perder el rumbo, ni de perder el tiempo. Los “señores de la vida” emersonianos pueden señalar la senda y pueden dibujar el mapa para que el explorador se pierda, de nuevo, o siga su camino con firmeza. Categorías –como señala Cavell- que no experimentan objetos particulares del mundo, sino que experimentan el mundo como totalidad: “Ilusión, temperamento, sucesión, superficie, sorpresa, realidad, subjetividad... he aquí los hilos del telar del tiempo, los señores de la vida”. Y al final, cuando intento nombrar una ciudad (Buenos Aires, por ejemplo), para sellar un pacto, es otra la ciudad que se interpone, o que presenta sus credenciales, en el juego delicado de un dilema. Paris, me dices; y como yo todavía ando despistado (aún tengo en la cabeza música de carretera) me digo a mí mismo: ¡Ah, claro; Paris, Texas! Porque yo soy entonces el cowboy de medianoche y no consigo escapar a la extrañeza. Porque la vida es así, una autopista silenciosa, o una burla eterna, en la que nos movemos como ilusos para no quedarnos quietos. En la que echaríamos el ancla, en algún sitio, pero el fondo es de arenas movedizas. Donde nos comportamos como idiotas por esa necesidad que tenemos de que los estados de ánimo, y los objetos, se sucedan. Pero en la que nada, absolutamente nada, es demasiado fuerte para nosotros. Y en donde nuestro amor por lo real nos lleva a lo permanente. Y la circulación, y el exceso, a la salud del cuerpo.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bien, sólo dos. Dos personas se han entrometido esta vez en tu pensamiento y apenas te han quitado la voz. En el cuaderno te la robaban muchas veces, demasiadas, y aunque era muy apropiado lo que ellos decían, ellos no sabían nada de lo que fue tu amor ni de lo que significó Buenos Aires para ti. Eran por completo ajenos y yo no quería escucharles a ellos, sino a ti. Cuando se habla de amor a nadie más que a uno mismo se le debería dar la palabra. Cuando se habla de autopistas ya es otra cosa, ahí puede uno subir al primero que hace dedo y dejar que hable por su boca. Y más si se trata de Emerson. Pero en el amor no, en el amor es uno solo. Y en mi autopista yo he dejado subir a los pitagóricos y he seguido su consejo de mirar al cielo cada mañana, para observar y recordar cómo los astros cumplen su programa cada día, su orden, y saber que hacen lo que deben hacer en cada instante. El problema es que nadie nos asegura que nosotros seamos astros ni nos dice lo que debemos hacer, ni a qué nos debemos, y es por tanto una continua búsqueda.
Mi movimiento es todo menos circular. Es un ir de continuo con lupa para saber, sobre todo, si has podido dañar a alguien, y a otro nivel, si has actuado conforme al mundo. Qué palabra tan milagrosa, por dios, el respeto. Saber que con cada movimiento tuyo se ponen en marcha una serie de consecuencias que no sabes dónde desembocarán. Qué ganas de acunar el mundo en el regazo como a un niño, qué ganas de protegerlo en todos los sentidos. A él, y a los que están en él aunque una se convierta en instrumento del mundo. Es necesario que todo se suceda, sí, pero la cuestión es porque uno lo quiera, o porque lo quiera el mundo.
Los labios están siempre ahí, yo los miro de cerca y no creas que no los pienso, no creas que no he recorrido labios con los ojos y he trazado mis propias autopistas en sus líneas; no sabes qué viajes en los labios. París en comparación está demasiado cerca, te hablo de tramos infinitos que no hay avión que pueda recorrer. Pero la conclusión a la que he podido llegar es que siempre me parecían un cristal demasiado fino, y mis manos demasiado torpes.
Un saludo,
B.

Enrique Bustamante dijo...

Y, sí, quizás tú lo consigas, y esto será mérito tuyo, y sólo tuyo. Y yo te estaré eternamente agradecido. Y entonces seré yo, y solamente yo, el dueño del concepto, en lugar del comentarista de conceptos ajenos. Pero, tiempo al tiempo. En el amor, o en la vida, todo llega en su momento. Y habrá que cambiar de perspectiva, pero el camino invita… Nadie nos asegura que seamos astros (aunque yo veo astros, soy capaz de reconocerlos entre la multitud, desde el primer momento); pero nadie podrá dudar, jamás, nunca, de nuestra extraordinaria búsqueda.

Viajes en los labios…

Seguiremos viajando.

Un saludo.

Anónimo dijo...

No será gracias a nadie, creo, sino que tu escritura tiene su propio espíritu y sigue su propio camino (perdona, a veces me dan como ramalazos hegelianos). De todos modos quería aclarar que soy yo la que vive continuamente mirando si he hecho mal a alguien o he actuado conforme al mundo, que la forma en que lo escribí podría interpretarse como si yo mirara si tú hiciste… etc. Nada más lejos de eso, y lo más adecuado hubiera sido decir “si se ha hecho mal a alguien”, es decir, la forma impersonal. Un error de estos me puede quitar el sueño, nunca me parecería bien andar juzgando los comportamientos ajenos. ¿Ves? Ahí se ve lo que te decía de la torpeza. Por cierto que tu deseo de una cerveza me ha hecho recordar el día en que tomé mi primera cerveza, tenía 16 y estábamos en un local con música, un viernes. Uno de mi clase se peleó con su novia y subió muy disgustado las escaleras del local que daban a la calle, y yo también subí, no sé por qué (ahora quizá no lo hubiera hecho). Vi que estaba llorando contra la pared y cuando se volvió para mirar quién era yo, le pasé la mano por la mejilla y le dije que no llorara. Nos estuvimos mirando un buen rato, parece que lo tuviera delante, y él me dio un beso que nunca he olvidado. Luego como los dos éramos muy tímidos nunca volvimos a hablarnos en clase, aunque él siempre preguntaba por mí a mis amigas. He estado recordando estos días ese momento. Aunque todo resulta una anécdota trivial de la adolescencia, no dejo de pensar en cómo me gustaría volver a ese instante, no ya por el chico, al que hace siglos que no veo, sino porque creo que fue la primera vez que verdaderamente yo sentí el dolor de alguien como uno mío. Desde entonces me he pasado la vida intentando esto, quizá obsesionada con esto, pensando, como te dije, que todo lo demás podría ser cerrarse al mundo.
Saludos, B.

Enrique Bustamante dijo...

No voy a ir muy lejos. Quiero decir: podría citarte algo que tengo siempre muy cerca: la ética de Lévinas, por ejemplo. Pero voy a intentar simplificar las cosas. Contaminado como estoy (para bien y para mal) por la “cultura de masas”, quizás encontraría fácilmente, entre las miles de canciones del rock, o del pop, etcétera, metáforas de lo que quiero que veas, o entiendas, independientemente de teorías o de tradiciones filosóficas. ¡Al diablo con todas ellas! Lo que quiero expresar (lo que quiero que entiendas) es lo siguiente: todo se puede intercambiar entre los seres (estoy citando a Lévinas) salvo el existir. O dicho de otra manera: a partir de mi propia experiencia (a partir de mi propia existencia, de tu propia existencia), de mi propia banda sonora del mundo, de mis anhelos, de mis poetas, me abro al mundo; me muestro al mundo, comparto con el Otro proyectos, inventos, y besos; reconozco al Otro como mi propio rostro en un espejo; me salvo y estoy en condiciones de poder ofrecer al Otro lo mejor de mí mismo; la mejor versión de mi propio enigma, la ternura más violenta de mi propio secreto, el rostro más amable de mi maldito misterio, los signos más extraños de mi extraño poema.

En pocas palabras: soy, cuando soy contigo, con otros.

Y no hay egoísmo alguno cuando uno busca el encuentro, el mestizaje.

El Mundo es un lugar donde cerrarse, cerrarse al Mundo, al Otro, no tiene ningún sentido.

Las precauciones las marca la propia autobiografía; pero los besos, los encuentros, son inesperados, imprevistos; y sin ellos la vida, la puta vida, carecería de sentido.

Un abrazo.
E.

Anónimo dijo...

Ahora, cuando te leo, me recuerdas un poco a Dean, el personaje del libro que me regalaste. Bueno, aún voy por el sexto capítulo (los exámenes no me permiten ir más deprisa), y es posible que en la novela cambien las cosas en el momento menos pensado. Pero cuando tú apuestas así por lo imprevisto de la vida me recuerdas a él. Cuando apuestas por la experiencia. Y es que nunca se sabe dónde está el límite. A mí me gustaría encontrarlo, es algo que me hace sufrir realmente, tanto el exceso de vida como los recortes en el alma. Y es que la novela tiene en mi opinión ese descuido hacia la metafísica que convierte el texto en un poco, sólo un poco, materialista. Por otro lado es normal, tampoco podemos encontrar en una novela una teoría sobre el alma. Pero sus personajes parece que viven al día, que no se preguntan nada y están locos por vivir, o por sentir mejor dicho. Hasta ahora parece que huyeran de algo. Y aunque eso es atractivo y me está haciendo pensar mucho, quizá no toda la vida consista en andar con el sentimiento en carne viva. Ni toda experiencia sea positiva. Yo quiero a los otros, pero con cuidado. Hay que ser muy cuidadosa con los otros. Lo de cerrarse al mundo estaba referido a algo en concreto como es la pareja, cuando los otros dejan de existir, cuando te olvidas del mundo y cuando te olvidas de sentir el dolor de otro como tuyo porque no te cabe, porque ya estás lleno de alguien. Pero este es un tema, en todo caso, que no me parece adecuado sacar aquí.
Lo otro es el eterno problema de la razón y el sentimiento. Exceso de vida o razón. Porque también es terrible lo contrario, la ausencia de vida, o encontrar a algunos profesores que, al hacerles una pregunta filosófica de las que depende tu propia vida, te cuentan lo que pensaba un autor o te dicen directamente que no saben, que ellos sólo son profesores. A mí, cuando me dicen eso, digo que claro, pero en el fondo estoy gritando por dentro: ¡No eres sólo un profesor, eres una persona! No son la mayoría, pero me estoy dando cuenta de que las personas tienen hacia lo personal como una alergia. El que introduce lo personal en su vida, en sus escritos, en sus reflexiones, no es un profesional. Hay que ser objetivos y no sólo evitar opiniones, sino directamente no tenerlas, remitirse a los textos, establecer relaciones, comparaciones... Eso es ser un profesional. Y los que necesitan la filosofía para arreglar su vida, para poder vivir, esos no se sabe qué son. El primer contacto de cada persona con la filosofía no debería surgir, en mi opinión, con los libros, sino con los propios problemas. Y a medida que buscas las soluciones con lo que pensaron otros, te surgen nuevos problemas. El objetivo es vivir cada vez más conforme a uno mismo.

En fin, no quiero atacar a los profesionales, pero sería fantástico que a veces dejaran de ser profesionales y nos ofrecieran un poco de su persona con lo que, sacando lo útil para cada uno, se pudiera hacer una especie de pócima para ir tirando, hasta que uno sacara sus propias conclusiones. Que nos dieran eso que tú has llamado su maldito misterio, y que suena tan bien. Por eso, ni creo que todo sea experiencia, vida, sensación, ni lo contrario. Creo que ya te lo dije, pero tú mezclaste de maravilla estas dos cosas el día en que viniste por primera vez.

Un abrazo,
B.

Anónimo dijo...

Enrique:

Una sucesión de lecturas, entre ellas tu libro, me ha llevado a descubrir algo importante que creo que debo decirte. A ver si soy capaz de explicarme. La conclusión a la que he llegado es que nada es importante. Fue anoche mismo cuando me dormí pensando en esto con una enorme sensación de paz, incluso con la lámpara encendida y con la sensación de ser como un caballito que acaba de recibir un terrón de azúcar y se disuelve en su boca.
Nada es importante, todo debate filosófico está de más, todo punto de vista sobre lo conveniente de lo personal en los textos sobra. Es absurdo defender nada. La razón no es más que un instrumento de juego que recibimos las personas, es algo así como el manejo de una escuadra; nos fascina aprender a usar ese elemento pero sabemos que lograríamos algo muy parecido sin él. Al final nunca convenceremos a nadie si no es con un mensaje llegado de otro sitio, pero no de la razón.
Lo que importa es escucharse a uno mismo, ese mensaje quizá divino al que si estamos abiertos, recibimos en la más extraña intimidad. Lo que importa es la poesía. Lo que importa es ser como ese animalito, la hydra, al que se puede volver el cuerpo del revés y sigue vivo. Lo que importa es que estamos imantados con palabras y permanecidos erguidos por eso. Lo demás son todo juegos, maneras de comunicarse, modelos de fuerza. Tampoco entonces debemos procuparnos por lo que sucede, ni lo que sucederá. Todo está medido, como nuestras palabras, y sólo hay que estar dispuestos a recibirlas. Y del mismo modo que no debemos escribir sobre lo que no nos motiva escribir, tampoco debemos provocar lo que no quisiéramos que sucediera, ni querer que no suceda lo que debe. Estaremos en calma con cerrar los ojos, con sentir aquello que nuestro deber nos ponga delante a sentir, con amar lo que sabemos que debemos amar. Estaremos bien con estirar los brazos y acoger un cuerpo, o un disparate. Es como si nuestro interior estuviera taladrado de cometas, rodeado de bufandas que el calor del Sol desechara para sí. Todos las tenemos, sólo hay que desenroscarlas. Creo que eso es lo que lo divino desea de nosotros.
Ojalá me haya explicado un poco.
Saludos,
B.

Enrique Bustamante dijo...

Mi querida B:

Llevaba unos días sin tomar el ordenador, por diversos motivos. Pero no quiero dejar pasar la oportunidad de comentar un par de cuestiones de tus dos últimos, y muy jugosos, comentarios.

La primera vez que leí el libro en el que aparece Dean (que en realidad no es Dean, es Neal, Neal Cassady) debía tener unos quince o dieciséis años. Y después de leerlo se convirtió, para mí, y para otros de mi generación, en la bíblia beat con instrucciones de uso, en cada uno de sus capítulos, sobre qué hacer con la vida, y en qué consiste la vida. Metafísica nada, lo reconozco. Preguntas trascendentales, las justas. Lo que había que hacer era “moverse”, como seres de carne y hueso, y hundirse en el exceso y en el riesgo. Nosotros también salimos a la carretera y vivimos nuestras aventuras. Y algunos, incluso, afortunadamente, vivieron para contarlo. Algunos se hicieron más fuertes y otros, con el paso del tiempo, se fueron olvidando. Para mí, “desierto” o “autopista” son metáforas de una manera de entender la vida. Otra cuestión bien distinta es si, a estas alturas, con las huellas que dejan en el cuerpo la experiencia y la aventura, está uno para demasiados trotes. Pero, bueno, quería mostrarte otra versión desde donde también se puede hacer filosofía. U olvidarse, al menos por unas horas, de tanta filosofía.

Por lo demás, subrayar que, tu segundo comentario, me parece, es sumamente wittgensteiniano. En ocasiones, wittgensteiniano hasta la médula. Entre el “instrumento de juego” y el ejemplo del “manejo de una escuadra”. Entre poetizar la vida (y la filosofía) y escuchar ese mensaje que llega de otro sitio (yo añadiría: de más allá del límite), me parece estar escuchando una canción que suena permanentemente en mi cabeza. El mensaje es Divino, no lo dudes. La una cuestión sería desvelar si éste es inefable (y debe quedar en el silencio) o puede alcanzar el horizonte del sentido con todas las palabras de todos los juegos posibles. Yo me inclino por los juegos aunque, en ocasiones, el mensaje es tan potente que deshace y disuelve las palabras, las hace imposibles. Y, sí, también la Razón se resiente. La poderosa Razón encerrada en un viejo motel de carretera, mientras Sal Paradise y Dean Moriarty se lo pasan en grande.

¡Que la fiesta siga!

Taladrado de cometas, te saludo.
E.