domingo, 5 de abril de 2009

EL PUZZLE


Quizás, determinadas afirmaciones, determinadas declaraciones de intenciones, requieren, llegado el caso, de ciertas matizaciones. Quizás, en la conversación, en el diálogo, uno no consigue explicarse del todo, o no termina de explicarse; quizás porque todavía no está preparado para ello; quizás porque, en el fondo, en esto consiste el juego. No creo, sin embargo, que las distintas maneras de entender el asunto se diferencien demasiado. Es más, yo creo que, en el fondo, de una manera u otra, ambas partes están expresando lo mismo. Cuando yo escribía, hace unos días, en El Otro, que, en mi relación con la filosofía, yo buscaba cambiar mi propia forma de pensar y un cambio profundo en el modo de vivir, una perspectiva completamente diferente de entender el mundo y una visión distinta de la realidad, estaba describiendo una intuición y un deseo. Y esto no debería, en principio, ser motivo de sorpresa, porque lo que esta intención, o intuición, expresan no es más que una manera de apuntar un proceso vital de aprendizaje; mi propia manera de entender el camino que habré de recorrer para llegar a afianzar el modo de comprender la vida; las etapas que mi propia experiencia deberá de hacer frente para poder alcanzar, algún día, los conceptos que servirán para explicar mi forma de ver el mundo. Y con todo esto no digo nada más que, aunque pudiera parecer lo contrario, yo acabo de nacer hace unos días; que acabo de llegar aquí, al cruce de caminos, apenas hace unas horas. Y que todo el trabajo está aún por hacerse, a la espera; y que es mucho el trabajo aún pendiente. Ante mí, el puzzle de la existencia se extiende en el horizonte con todas las piezas desordenadas, descolocadas, esperando el momento de la unión, del encaje. Algunas piezas del puzzle van conformando imágenes, lentamente, y parece que algo se muestra, o se intuye, en una conexión de piezas sueltas. Y entonces encuentro justificaciones, o motivos, que describen el punto de partida. Porque, como en todas las investigaciones filosóficas, uno siempre comienza en alguna parte; porque, como en todas las investigaciones filosóficas, uno debe comenzar por algún sitio. “Todo lo que estamos haciendo -escribió Wittgenstein- es cambiar el estilo de pensar y todo lo que yo estoy haciendo es cambiar el estilo de pensar y persuadir a la gente para que cambie su estilo de pensar”. Aunque con esto, lo reconozco, no se habría avanzado demasiado, y aún quedaría por saber en qué consiste ese estilo al que alude Wittgenstein, esa nueva sensibilidad que tanto me intriga, ni qué significa persuadir, o persuasión, en esta excitante revelación del puzzle. Hay quien puede pensar que Wittgenstein no deja espacio, desde el silencio místico, a la posibilidad de seguir haciendo filosofía; pero todo lo contrario. Wittgenstein, entre el hielo y la tierra, desde los infinitos juegos de lenguaje, solo pide una interpretación más consecuente. Y, como afirma Boris Groys, en Política de la inmortalidad, “seguramente Wittgenstein quería ser tanto la enfermedad como la terapia, y ese derecho le será concedido”. Por eso yo nunca olvido esta anotación, escrita entre 1933 y 1934, donde Wittgenstein señala: “Creo haber resumido mi posición con respecto a la filosofía al decir: de hecho, sólo se debería poetizar la filosofía. Me parece que de ello se desprende en qué medida pertenece mi pensamiento al presente, al futuro o al pasado. Pues con ello me reconocí también como alguien que no puede hacer del todo lo que querría.” Ni tampoco dejo de tener en cuenta que, en las Investigaciones Filosóficas, de lo que Wittgenstein nos habla es de intención y voluntad, de pensamiento y creencia, de privacidad y duda, de enseñanza y dolor, de piedad, convicción y certeza. “Se trata de temas –como bien señala Stanley Cavell- en los que el alma se interesa y manifiesta, de modo que la investigación que haga el alma de sí misma, en persona o en los otros, tendrá que investigar esos temas e intereses dónde y cómo se manifiesten ordinariamente”. Y a estas alturas del juego parece que el puzzle no indica todavía nada firme; pero es que aún queda bastante para ello. Además, quizás el puzzle no se complete nunca, pero los primeros conceptos, las primeras piezas, ya encajan a pesar de la dificultad que conllevan los enlaces. Y, si Wittgenstein, a estas alturas del juego, nos diría: “No pienses, mira”, quizás Cavell, convencido de que estamos amenazados por los constantes “movimientos de huida” que acompañan al pensamiento filosófico, añadiría: “No pienses, escucha”. Escucha la voz humana y escucha esa voz humana allí donde es posible. Escucha tu propia voz, entre otras voces, en el mundo donde hablas y te expresas. ¿Escepticismo como tragedia intelectual? ¿Filosofía como recuperación del mundo ordinario? De Wittgenstein a Cavell, directamente, mientras el puzzle da señales de extrañeza. Pero todo es posible cuando uno acaba de llegar y, hechas las presentaciones, se dispone a asumir una voz de la que será el único responsable. Como bien señala Alicia García Ruiz, en Una filosofía con rostro humano: Stanley Cavell, “la apropiación de una lengua o de una tradición cultural o teórica es una relación que siempre entraña un momento de extrañeza o de pérdida, de impersonalidad, de autoanulación, de crisis, de exilio, de nacimiento, y de vuelta al mundo (...) la inserción crítica con la propia forma de vida tiene como desafió generar un mundo, sin duda, correlato a mi experiencia, pero con vida propia más allá de la mía (...) Y que esa misma relación es la que guarda un pensador con respecto a su obra y a su inserción en tradiciones que prolonga y cuestiona”. ¿De Wittgenstein a Cavell, sin transiciones, mientras el puzzle se transforma y cobra vida? Mi propia forma de pensar y un cambio profundo en el modo de vivir; una visión distinta de la realidad y una perspectiva completamente diferente de entender el mundo. Pero, ¿había un mundo antes, mucho antes, de comenzar el puzzle? ¿Y en esto consiste el juego, la extrañeza, el aprendizaje? Mi propia voz, a partir de la voz de otros, mientras voy encajando las piezas... “Si escribir filosofía –escribe Stanley Cavell- consiste para mí en encontrar un lenguaje en el que yo entienda que la filosofía se herede, lo que significa contar con una autobiografía de tal modo que encuentre las condiciones de ese lenguaje, entonces debería ser capaz, incluso ahora, de empezar a formular alguna de esas condiciones. Una primera condición, obvia, sería que una bendición ha de ser visible para ser ofrecida, una promesa que me autorice llegar a ser lo que soy, expresada como una declaración de mi derecho a existir, a tener un nacimiento; una segunda condición sería que la autorización ha de ser corroborada por la sensación de haberme arrogado el derecho a ella, confirmado –tercera condición- por el hecho de haber interceptado la conversación de mis padres y traducido sus palabras al encontrar –cuarta condición- una versión perfectamente consonante, movimiento que –quinta condición- testimonia el mundo en el que pienso. (Para certificar que esas condiciones son provisionales y ejemplares, no completas, añadiré media docena que tal vez provengan de mis reflexiones autobiográficas, y que anticipo a cuenta de lo que imagino que viene a continuación, cuyos conceptos pueden desarrollarse de modo paralelo o transversal: experiencia; conversión o renacimiento; educación; locura; carácter único; no ser entendido)”.

No hay comentarios: