¿Para qué engañarnos? Aquella mañana, yo esperaba encontrarme con el “genio maligno” de Descartes oculto en una lámpara maravillosa como un objeto absolutamente verdadero o como una hipótesis en forma de duda metódica. Yo esperaba encontrarme con Moore, G. E. Moore, agitando su mano en el espacio, y repitiendo: “esto es mi mano”; o bien: “existen otros cuerpos como el mío”; e incluso: “existe un cuerpo vivo que es mi cuerpo”. Convencido de que todos sabemos estas cosas y de la verdad de estas proposiciones; y convencido de que decir que son falsas es un error, y decir que sólo las creemos es absurdo. Y esperaba encontrarme también con Wittgenstein, Ludwig Wittgenstein, intentando demostrar que la certeza no es tanto la seguridad que acompaña a algunas de nuestras creencias como el negativo de la perplejidad que nos produce su cuestionamiento: “Si Moore expresara lo contrario de aquellas proposiciones que declara ciertas, no sólo no compartiríamos su opinión, sino que lo tomaríamos por loco”. Aquella mañana yo esperaba encontrarme con estas cuestiones, o cuestiones parecidas a éstas, pero, en cambio, me encontré con una sorpresa. Allí, sobre la mesa, en un hermoso papel verde esperanza, una mujer hacía filosofía y, de paso, nos regalaba un mundo inmenso. El umbral de la duda era un texto denso, laberíntico, profundo, que leímos en voz alta e intentamos explorar y descubrir como exploradores que se internan, perplejos, en un continente nuevo. “Como mujer –nos decía el texto- hay dos distinciones que hacer con respecto al resto de los seres humanos: la primera es que desde el mismo momento que se ‘es’ morimos 28 días, la segunda, que ‘todo es’ por una capacidad natural para dar vida cada nueve meses. Desde esta experiencia, la mujer cuando piensa ama”. Desde el amor, el texto se preguntaba “¿Qué es amar?”, planteando la posibilidad de que se diera un objeto tal del que fuera posible sentir y conocer completamente a un tiempo. Y el texto respondía: “Amar es hacer el amor”. Y yo aquí sentí la tentación de leer esta afirmación utilizando el lenguaje como una herramienta; y yo aquí hice mi propia interpretación del texto aunque, en el fondo, lo que en verdad estaba haciendo era preguntándome a mí mismo. Y la pregunta tenía que ver con el lenguaje filosófico y con el lenguaje cotidiano; y la pregunta, que yo expresé en forma de interpretación de esta frase, aún golpea en mi mente, porque quizás la frase así lo merecía. Intentar explorar ese mundo inmenso que era El umbral de la duda hacía que me extraviara en parajes desconocidos y que recorriera confuso aquel laberinto con una sensación de inquietud y extrañeza. Pero, aun así, yo avanzaba por aquellos parágrafos subrayando palabras que llamaban poderosamente mi atención y que se clavaban en mi pecho como espinas afiladas de una rosa de los vientos lúcida y orgullosa. Y sí, del “objeto posible de toda verdad” se llegaba a la “razón solidaria”; pero tener que admitir la noción de dislocación hacía que volviera la extrañeza. Y ese “saberse ignorado”, pensando desde el amor, no hacía más que devolverme al punto de partida. ¡Y era tanto el territorio por explorar que yo temía no llegar a abarcar jamás todo aquello! Porque después llegó el Lenguaje, y la Idea; y sobre todo, porque después llegó el Tiempo (“todo saber es pasajero de la verdad”, decía el texto) y con él llego la constatación del cambio. Y con la constatación del cambio, la posibilidad de la podredumbre. Y con la confirmación de la podredumbre (entendía yo) el espejismo del fracaso. Pero también pudiera ser que el explorador, a esas alturas, estuviera ya atacado de fiebres, en la selva laberíntica de las señales. Y que tuviera que emprender de nuevo el camino, desde el principio, para llegar a aprehender aquel continente inabarcable y complejo. ¿Sería aún posible el reconocimiento, a pesar de la dificultad del objeto? ¿Era la duda lo que en verdad asomaba en el umbral del texto o más bien la experiencia que hace de la conciencia pura certeza? La duda razonable no es tal duda cuando, al final del camino, el texto descubre la belleza: “la humanidad es un proyecto ético”. Pero el explorador aún anda atacado por la fiebre y tiene dudas. Y ahora observa que tendrá que elegir otro sendero si quiere desvelar el enigma. Y ha elegido un lugar para descansar e intentar aclarar sus ideas. “En el momento en que lo conocido –parágrafo 27- deja de conocerse porque ha mediado el cambio y se emprende el reconocimiento, en esa identificación media la duda, en esa tozudez de reconocer lo conocido cuando ha cambiado tanto está la duda más fuerte y la máxima creencia. Pero es que el conocimiento no empieza hasta que después de la intuición se reconoce algo de lo conocido”. El umbral de la duda merece, quizás, todas las lecturas posibles, porque todos sus signos merecen el cuidado que los muestre. Quizás en otra travesía el explorador encuentre la solución al enigma. Aunque el explorador cree que, sólo la mujer que ha dado a luz este texto sabe de los límites del mismo, sabe del porqué de este misterio, sabe dónde empieza y dónde termina.
domingo, 12 de abril de 2009
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2 comentarios:
Gracias porque he encontrado afecto en tus palabras, y me he emocionado.
Como sabes, me conformaba con que algún punto os hubiera persuadido, incitado, hacia cualquier otro interesante, pero si en algo estaba segura es que sólo vosotros podríais leerlo. Gracias.
Respecto al enigma me gustaría decir dos cosas.
Una, que la diferencia entre el mito y el logos la marcó “el temor”. Aceptar que siempre existe algo desconocido es estar abierto al conocimiento, y ponerse a trabajar, porque lo más natural del ser humano es avanzar de frente (cuando el cangrejo anda hacia atrás nunca sabe dónde va aunque tenga los ojos en la cara).
Dos, me gustaría decir a mi favor que ha querido ser un regalo -para 7 u 8 compañeros de fatiga, amigos- que hice con un gran esfuerzo, pero que es natural que resulte enigmático porque está a falta de una extensa explicación. Os he entregado los puntos geodésicos y para desarrollar de forma clara y con detalle el mapa en superficie quizá necesite toda una vida. Por ahora, es una pretenciosa teoría del conocimiento.
Tenía poco tiempo para entregároslo, y puesto que alguien me pediría una reflexión, sólo quería añadir ésta: puede ser el gran lastre milenario del filósofo, que hemos heredado del sabio Aristóteles, pero que no me resigno a aceptar. Todos recordamos aquél “uso” de la filosofía por el que se hacía de ella la menos útil de las ciencias pero de entre ellas la más noble. Pero si es la más noble ha de ser la más útil.
Respecto a la foto, has dado en la diana del fino tabique que parte el corazón.
El umbral de la duda podría haber sido Raimundo Manuel Sancho Job, el destino de mi esfuerzo.
Gracias también por el guiño que has añadido.
Bueno, ya hablaremos. Gracias a ti por tu comentario. A ver si haces (o hago) un hueco y podemos seguir conversando.
Un abrazo.
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