Mis botas se adaptan mejor al cemento de las ciudades, a los laberintos de hierro, al asfalto de las autopistas. En los parques, mi primera impresión, siempre, es de extrañeza. Me faltan nombres, o los nombres se me escapan, y no consigo establecer una relación de conocimiento, o de cercanía, que me permita avanzar por las sendas con paso seguro y firme. Aunque camino en compañía de otros que me muestran el camino, que dibujan con sus gestos la celebración del paisaje, de los arbustos, de los palacetes, de los árboles, del hermoso salón de baile, de los riachuelos, de los estanques. La Naturaleza, mientras tanto, me habla; pero no consigo entender sus palabras. Los dos sabemos que ésta es una cuestión pendiente; y que no está nada claro que llegue, del todo, a solucionarse. Como en otros asuntos, acabo recurriendo al libro, al texto, a la filosofía. Porque voy conversando con un amigo, mientras camino, de cuestiones filosóficas. Y porque, quizás, también, esta es la ofrenda que, a su manera, me tenía reservada el parque. Y esto es lo que puedo esperar de la Naturaleza, a pesar de la distancia, del desencuentro, de la extrañeza. Y esto es lo que queda (que no es poco), después de todo; y a pesar de todo. En Naturaleza escribe Ralph Waldo Emerson: “Nuestra época es retrospectiva. Construye sobre los sepulcros de los padres. Escribe biografías, historias y juicios críticos. Las generaciones precedentes miraban a Dios y a la naturaleza cara a cara; nosotros, por medio de los ojos de aquellas. ¿Por qué no hemos de gozar también nosotros de una relación original con el universo? ¿Por qué no hemos de tener una poesía y una filosofía de la percepción y no de la tradición, y una religión revelada a nosotros, y no la historia de ellas? Envueltos, durante una temporada en la naturaleza, cuyas corrientes de vida circulan a nuestro alrededor y entre nosotros, y nos invitan, mediante las fuerzas que aportan, a una acción proporcionada con la naturaleza, ¿por qué hemos de andar a tientas entre los huesos secos del pasado, o enmascarar a la generación viviente con su vestuario marchito? El sol brilla también ahora. Hay en los campos más lana y lino. Hay nuevas tierras, nuevos hombres, nuevos pensamientos. Reclamemos nuestras propias obras, leyes y religión”. Cuando abandono el parque, tengo la extraña sensación de que éste está como dormido, callado. Quizás porque el sol se ha ocultado y la sombra de nubes negras se extiende sobre nosotros. La Naturaleza, mientras tanto, me habla; pero no consigo entender sus palabras. Quizás no está claro que este asunto llegue, del todo, a solucionarse. ¡Quién sabe! Quizás en otra primavera, o en otra experiencia, o en otra vida.
domingo, 19 de abril de 2009
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2 comentarios:
Tal vez el asunto consista en considerar que la naturaleza, muchas veces, enmudece para que las palabras las ponga cada uno, según sean los colores que los ojos reflejan. Podríamos describir un roble, un jacarandá, un aguaribay, una tipa, pero cómo haríamos para expresar lo que le evocan a aquél que se ha apoyado en ellos, y ha sentido? Cuando muerdo un lápiz, en la lengua queda el resabio de lo que fue un pino. Cuando toco un libro, hay una ilusión, la fantasía de deslizarme por la naturaleza, como si las hojas fueran un tobogán por el que baja la historia. Entonces, la naturaleza no tiene códigos extraños, ni te habla más allá de lo que querés escuchar. En pocas ocasiones, la furia del río, que es naturaleza, su desmesura, su tendencia a salirse del cauce, me hace pensar que entre él y yo hay algo en común. Y es que corremos y desembocamos y volvemos a andar. No sé si alguien entiende las razones -las del río y las mías-, pero me parece que eso ha perdido importancia. Lo único que queda, además de la continuidad de los parques, que es algo así como la continuidad de la vida, es que se transiten acompañados, y eso nos resulte, sencillamente, suficiente.
Sí, pini, tienes mucha razón. En compañía, en buena compañía, tuve la suerte de visitar un parque de Madrid que no conocía. Haberlo visitado solo, en soledad, hubiera hecho, creo, que el parque, o la visita al parque, tuviera un sentido diferente. O, simplemente, hubiese carecido de sentido. Y, sí, quizás todo calla, y permanece mudo, hasta que nosotros utilizamos palabras. “Cómo hacer cosas con palabras”, que decía Austin. O cómo hacer que los parques continúen, y continúe la vida, con la ayuda de palabras. Tus palabras, por ejemplo. Porque en ellas estás tú y está lo que tú nombras. Tus palabras.
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