Sé que tengo que dar razones y que explicar las causas. Sé que ella me repite, en ocasiones, que somos personas adultas. Pero yo no lo tengo tan claro; al menos en mi caso. Sé que las cosas suceden y que intentar explicarlas conduce irremediablemente al fracaso. Lo sé por propia experiencia; no es la primera vez que lo intento y, mucho me temo, tampoco será la última. Llevo años sin comprender la vida, mi vida, y tengo serias dificultades para aprehender el secreto. Podría buscar un ejemplo entre mis apuntes de trabajo, algo que hiciera sentirme seguro; pero sólo sería un ejemplo. Wittgenstein y Bouveresse argumentan que el método freudiano confunde el crear significados con la búsqueda de las causas. El método de asociación libre puede crear nuevos significados, pero no sirve para explicar las relaciones causales. Wittgenstein puso el ejemplo de aventar objetos sobre una mesa; si empezamos a asociar libremente acerca de estos objetos, encontraremos un significado para cada objeto y sus lugares, pero no la causa de que estén en ese lugar. Una causa se encuentra experimentalmente. “Una causa –concluye Wittgenstein- se encuentra experimentalmente”. Lo que equivale a pensar que cualquier explicación es válida, o que el orden de los factores no altera el producto, el asunto, y que nunca nos conocemos satisfactoriamente. Aunque también pudiera ser que yo estuviera haciendo trampas. El poeta –escribió Fernando Pessoa- es un fingidor (aunque yo nunca miento); y yo necesito ahora, urgentemente, un calmante que me permita aliviar una impostura. Pero ya ni siquiera funcionan los calmantes, las drogas, las conjuras. Ella me aconseja que, si quiero saber cómo es, si quiero entenderla de veras, observe al jardinero y que lea a Alessandro Baricco. Mi jardinero es un tipo con cara de psicópata que ataca con saña el aligustre con una sierra mecánica que apesta a gasolina. En verano nos obliga a cerrar las ventanas y en invierno desaparece. El jardín se hiela desesperadamente y pájaros negros arañan la tierra buscando gusanos de arena. Pero el jardinero ha desaparecido como si fuese un fantasma. El jardín languidece como un libro sin palabras. Y, cuando llega la noche, la luna alumbra sombras que parecen surgidas de la nada. No hay nada en mi jardín que pueda enseñarme nada. Nada de nada. Así que lo intento con Baricco. Después de leer a Sam Shepard (que es lo que estaba leyendo cuando empiezo con Baricco: “Wipe Out”, de Luna Halcón: la historia de un guitarrista que se pasa tres días y tres noches seguidos tocando el mismo tema, hasta que tiene un orgasmo, masturbándose sobre su Les Paul Gibson, mientras sufre una descarga de electricidad procedente del ampli, y el pelo se le pone blanco y de punta) tengo la sensación de haber pasado de los 151 grados de un Navy Rum (como para matar a un caballo) a la suave levedad del agua tibia. La prosa de Baricco me trae el aroma salado del océano, Océano mar, pero no me calma; no estoy para tanta belleza; yo lo que necesito es el vigor majestuoso de un monstruo. Y, pasadas las primeras líneas, después de conocer a ese pintor que busca pintar el mar con agua de mar y que moja sus pinceles en el carmín rojo de los labios de una desconocida; después de conocer a Elisewin, enferma de una enfermedad que es algo menos, que si tiene un nombre debe ser ligerísimo, lo dices y ya ha desaparecido; después de conocer al Profesor Bartleboom, encallo cansado en los arrecifes. Aun así llego hasta mi habitación de la posada Almayer, aunque he de reconocer que no me siento a gusto del todo. Y sí, el mar, la playa. Y tiene razón Baricco: podría ser la perfección, un mundo que acaece y basta. Pero una vez más –escribe Baricco- es la redentora semilla del hombre la que ataca el mecanismo de ese paraíso. No sé cuánto tiempo permaneceré en la posada Almayer: quizás días, quizás horas. Pero sé que podría romper algo, estropearlo todo, y me aterra amenazar esa armonía. Además (y vuelvo de nuevo al libro de Shepard), Guadalupe ha tenido un accidente en la tierra prometida y la cosa parece grave. Una mancha de aceite, un patinazo, y hasta caer en la zanja. Al parecer, al levantarse, ha contemplado la luna, ha sumergido tres veces la cabeza en un charco de fango y ha pronunciado en perfecto castellano: “Todo el mundo”. Y todo el mundo se ha dado cita en su pesadilla: “El y Manolete volvieron a encontrarse después del accidente y Manolete le dijo que no bastaba con ser un hombre. Había que aspirar a la santidad. Le dijo que él casi lo había logrado. Un santo del capote. Jackson Pollock se reunió luego con ellos y opinó que Manolete decía gilipolleces. Que bastaba con ser un hombre. Eso era más difícil que la santidad. Además, ya hay santos de sobra. Guadalupe no sabía qué pensar. Corrió a consultar a Jimmy Dean y Jimmy se limitó a poner una expresión indecisa. Marilyn Monroe no tenía ninguna opinión al respecto. Brecht no hacía más que hablar de Alemania y la deshonra. Satchmo siguió secándose el sudor y balanceándose de un lado para otro. Janis quería más. Crazy Horse decía: ‘Pelea y muere joven’. Brian Jones tocó el arpa y no dijo nada. Dylan Thomas repitió: ‘Rebélate’. Jimi Hendrix dijo: ‘Lárgate’. Bip Bopper dijo: ‘¿Cómo?’. Johnny Ace dijo: ‘Dispara’. Y Davey Moore dijo: ‘Arrambla con todo’. Esto sí pudo entenderlo Guadalupe. Y después se tendió para descansar un buen rato”.
jueves, 27 de noviembre de 2008
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1 comentario:
Hola .
espero que todo este bien. No entiendo porque tienes que dar razones? por que? a quien ? . Las cosas suceden porque tienen que suceder, El investigarlas solo lleva a la desdicha. Tiene mas sentido aceptar las cosas que suceden y no darse con la cabeza en la pared constantemente. El calmante esta en ti. Shepard suena interesante , me encanta la historia del guitarista :-)recuerdo ese jardin de la nada
nos vemos pronto. yo bien me he liberado de mi prision emocional. besos
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