De una cosa sí que estoy seguro: sé muy bien de quién hablo, en qué pienso, y en quién estoy pensando; sé muy bien lo que busco, lo que anhelo, aunque sea cuestión de tiempo. Con las primeras nieves de otoño la mente se va despejando. Los copos, como agujas afiladas, como alfileres finos, se clavan a la entrada del cerebro y me abren, dulcemente, las puertas inquietantes del misterio. De pronto, Elisewin me pregunta: “¿Y cuál es tu poeta favorito?”. Y yo le contesto: “´Wittgenstein, Ludwig Wittgenstein”. “Pero Wittgenstein –me corrige Elisewin- no es un poeta”. “Ni yo tampoco, Elisewin –le respondo-, ni yo tampoco”. Entonces, Elisewin me observa con asombro mientras mi pelo encanece, lentamente; de nieve, de ausencia, de extrañeza; y los hombres patinan sobre el hielo. Hay una gota de daño sobre el tejado de un templo. Hay una sombra de duda entre las voces calladas del tiempo. Pero el poeta elegido, mientras tanto, ese poeta adoptado como poeta entre poetas, muestra a Elisewin el fondo, la senda, y el mundo en que reposan mis certezas. En el parágrafo 4, del primer volumen, de los Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Wittgenstein escribe: “Como ejemplo de la forma proposicional ‘si p, entonces q’, considera: ‘si viene, se lo diré’. Si no viene, ¿he cumplido mi promesa? ¿La he roto? Pero ¿se puede decir que esa proposición afirma una ‘conexión’? ¿Respondería a esto ‘no debe ser así’? No es como si la proposición hubiera sido: ‘Si estos dos se encuentran habrá lío’. Ésta podría ser una posible respuesta”. Con las primeras nieves de otoño la mente se va despejando. Alguien me pide paciencia desde un balcón que se asoma al borde del océano. Y yo le muestro a Elisewin el rostro enigmático de un niño. Y la nieve va cubriendo la autopista. Y en el cielo todo es blanco, y es azul, y es sueño.
lunes, 1 de diciembre de 2008
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