Quizás, como bien señala Blochiana, la cuestión que quedó pendiente, la pregunta más importante (al menos para mí) que se debió plantear para cerrar de algún modo una velada excelente, era ésta: ¿Produce el conocimiento aislamiento, extrañamiento, o es a la inversa: es el aislamiento el que lleva a la búsqueda de conocimiento en el sentido de buscar explicaciones sobre el ser humano? La pregunta provoca que yo me detenga, de nuevo, en mi propia experiencia; en esa parte de mi biografía que dejé sobre la mesa, a la vista de todos, con una urgencia evidente; en esa versión de los hechos que desvela dónde encajo o porqué no encajo; en ese hueco gramatical que se produce en ocasiones, en el encuentro con el Otro, y que hace que la comunicación se quiebre y resulte imposible entenderse. En ocasiones, uno cuenta su propia historia porque no le queda más remedio que hacerlo. ¿Cuesta entender que uno espera que alguien escuche su voz y que conteste a su voz en un lenguaje que resulte inteligible? En la biografía, además, se convocan las luces, o las sombras, del contexto; y en el contexto, además, y una vez dentro, se comprenden mejor las cosas. Y, ya puestos a hacer filosofía (algo que a mí, al menos, me queda todavía algo lejos), o acercarnos a los textos de los filósofos que verdaderamente nos interesan, ¿cómo olvidar, u obviar, el curioso equipaje de la vida, la evidente carga de confesiones que toda gran obra filosófica lleva escrita en sí misma? ¿Cómo debemos entender, por ejemplo, que Wittgenstein comience sus Investigaciones Filosóficas con una cita de las Confesiones de San Agustín? ¿No deberíamos, quizás, leer las Investigaciones como las confesiones más íntimas del filósofo austriaco? ¿Cómo no recordar a Nietzsche cuando nos dijo, dejando constancia de ello, que toda gran filosofía es la confesión de su creador y una especie de memorias involuntarias? Pero volvamos, de nuevo, a la pregunta del principio. A fin de cuentas, creo, el problema de no encajar debidamente se reduce a una perspectiva de “contextos”. En su comentario, Blochiana me aconseja que, la mejor manera de eliminar esa terrible sensación de no encajar en determinados situaciones, es el deseo de comprender al Otro. El extrañamiento sólo se produce cuando uno busca que le comprendan; pero cuando uno busca comprender al Otro siempre encaja, siempre tiene un lugar asegurado, aunque sea el de “comprendedor”. El problema, creo, se produce cuando uno se encuentra en el lugar equivocado, o trata de jugar a un juego con un interlocutor que desconoce las reglas del mismo, o quiere jugar a determinado juego de lenguaje en un grupo que está claramente jugando a otro juego. Uno mismo, en estas circunstancias, se convierte en un extraño, rodeado de extraños por todas partes. Y uno debe, entonces, encontrar el contexto adecuado o, de lo contrario, estará perdido. Cuando uno se pone en camino, desde la extrañeza más absoluta, el descubrimiento del Otro no deja de ser un asunto bastante complicado. Deleuze y Guattari, en ¿Qué es la filosofía?, describen una imagen bastante sugerente de este asunto: “Procedamos sucintamente: consideremos -nos dicen Deleuze y Guattari- un ámbito de experimentación tomado como mundo real ya no con respecto a un yo sino a un sencillo 'hay'... Hay, en un momento dado, un mundo tranquilo y sosegado. Aparece de repente un rostro asustado que contempla algo fuera del ámbito delimitado. El Otro no se presenta aquí como sujeto ni como objeto, sino, cosa sensiblemente distinta, como un mundo posible, como la posibilidad de un mundo aterrador. Ese mundo posible no es real, o no lo es aún, pero no por ello deja de existir: es algo expresado que sólo existe en su expresión, el rostro o un equivalente del rostro. El Otro es para empezar esta existencia de un mundo posible. Y este mundo posible también tiene una realidad propia en sí mismo, en tanto que posible: basta con que el que se expresa hable y diga 'tengo miedo' para otorgar una realidad a lo posible como tal (aun cuando sus palabras fueran mentira)”. Y creo que, a partir de esta imagen sugerente, podemos inferir que, como bien señala Blochiana, comprender al Otro es siempre una fuente de sorpresas y algo verdaderamente fascinante; pero también, me temo, que podemos estar ante un tipo de conocimiento, o de saber, que también nos enfrenta a la posibilidad inquietante del rechazo; del rechazo del Otro o del propio rechazo. Porque los mundos posibles, frente a frente, al descubierto, pueden comportarse como un problema de difícil solución; y, como mundos en conflicto, o laberintos sin salida, acabar en el desencuentro y en la perplejidad del enigma. Hablar un mismo idioma, compartir determinada sensibilidad, no es siempre posible. Y el conocimiento adquirido, la energía del conocer que provoca, en ocasiones, situaciones de aislamiento, es el riesgo que se debe aceptar cuando uno ha elegido qué quiere hacer con su vida. La pregunta a responder ahora, creo, llegados a este punto, sería la siguiente: ¿Qué busca un hombre, o una mujer, cuando ha decidido que el camino a transitar es el de la filosofía, el del amor a la sabiduría, el del conocimiento? Y supongo que cada cual tendrá su respuesta para esta pregunta, porque no existe una sola 'filosofía' sino innumerables escuelas filosóficas; porque no existe una única respuesta, sino la posibilidad infinita de respuestas. Y mi respuesta a esta pregunta, por ejemplo (y así quizás se entenderían determinadas cuestiones) sería ésta: yo busco cambiar mi propia forma de pensar; un cambio profundo en el modo de vivir; una perspectiva completamente diferente de entender el mundo; una visión distinta de la realidad. Y encajar consiste en compartir cierta comunidad de espíritu o, como dijo Wittgenstein en cierta ocasión, al hecho de tener (cualquiera de los mundos posibles: yo, tú, o el Otro) el mismo sentido del humor. “Téngase en cuenta -escribe José María Ariso, en Wittgenstein o mirar a los ojos- que Wittgenstein consideraba el humor no como un estado de ánimo, sino como una visión del mundo; y es que cuando un grupo de personas comparten el mismo sentido del humor cabe esperar que reaccionen correctamente entre sí, de modo que pueden surgir costumbres como la de arrojar una pelota para que otro la atrape y la devuelva. Así, alguien que posea un sentido del humor distinto puede guardarse la pelota en el bolsillo, por lo que en tales casos no se adivina el gusto del otro y se pierde la sintonía que se aprecia en aquellos que comparten un mismo sentido del humor: de ahí que diga Wittgenstein que la simpatía espontánea (die spontane Sympathie) es esencial para nosotros”. ¿Produce el conocimiento aislamiento, extrañamiento, o es a la inversa: es el aislamiento el que lleva a la búsqueda de conocimiento en el sentido de buscar explicaciones sobre el ser humano? ¿Y si te lanzo mi pelota, ahora, en este preciso momento, y descubro, o desvelo, si ambos estamos jugando a un mismo juego?
domingo, 29 de marzo de 2009
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8 comentarios:
En algunos casos puede que sea más cuestión de la pelota que de qué juego sea. Tú me la tiras con el pie y yo te la devuelvo con la mano o con una raqueta, como pueda. Jugamos. Estamos en el juego mientras ambos queramos.
No es necesario ponerse de acuerdo si jugamos al fútbol,tenis o frontón. Ni siquiera enunciar reglas. Jugamos. Somos. Queremos.
En cada cruce de caminos el otro y yo.
Bueno, creo que, si lo piensas bien, en los ejemplos que citas, viceverso, sí es necesario enunciar previamente ciertas reglas. Porque no es lo mismo el juego del fútbol o del basket, por ejemplo. Si estamos jugando a fútbol y yo te lanzo la pelota y tú la recoges con las manos, salvo que seas el portero, estarás incumpliendo las reglas que rigen el fútbol. Y, de igual manera, si jugamos a basket, etcétera. En la vida, jugamos, somos y queremos, pero siempre dentro de determinados contextos sociales. Y estos contextos sociales se rigen por reglas, aunque, a diferencia de los deportes, nosotros no las notemos, o no seamos, del todo, conscientes de ellas. Y a la pelota, en la vida, se le da buen trato o se la maltrata, en todos los juegos. Un lío de juegos, vamos.
Gracias por tu comentario.
Un saludo.
Bien, de acuerdo en lo mucho que nos determina lo contextualizado. A veces hasta la axfisia..
Pero no sé si el descubrimiento del Otro/sí mismo y el placer de ello deba circunscribirse al campo y a las reglas más o menos implícitas y sabidas de un juego acordado previamente. Pobre de aquel que sea torpe: se queda sin jugar y sin saber más que de su torpeza.
En realidad la imagen era de que Uno puede perfectamente hacer malabares con el pie y terminar pasando la pelota al Otro, que según la recibe, la bota y bota disfrutando a su manera. Y cuando el Uno ya está aburrido de esperar el pase, queda desarmado con la gran sonrisa de satisfacción del Otro y un pase magistral de tacón.
Altamente improbable que suceda, ya sé. Suele enervar. No solemos conceder tiempo a juegos sin reglas ni a reglas que no nos hagan jugar. Y sin embargo, pensar al Otro es quererle como a la oportunidad del sí mismo en versión mejorada, jugar a que no siempre estamos dentro de un contexto que todo lo determina.
Un saludo con el empeine.
Me tomé aquí el café de la mañana hoy. Muy silenciosa y sintiéndome muy torpe. ¿A todas las horas del día el conocimiento o el extrañamiento se parecen? Me gusta la particularidad del sentido del humor descrita en el último párrafo. Te dejo que hoy me voy a caminar. Saludos Enrique .~)
Leo los comentarios. Hice hace algún año un curso de monitores deportivos. La clasificación para diferenciar entre deporte y juego la basaban en las reglas. Deporte era aquello que comprendía un conjunto de ellas. Y juego lo flexible, y por tanto pudiera decirse que libre de reglas. El fútbol es un deporte. Una pelota en la calle es una forma de comprensión. Siempre lo fue.
Y un buen árbol siempre devuelve las pelotas que se quedan enganchadas entre las ramas. Tarde o temprano los cristales rotos sin querer por el pelotazo vuelven a recomponerse en el paisaje. De las tapias y los setos vuelven pelotas que nuna arrojamos.
Es el Otro, el que simultáneamente y contra nuestra azada hace brotar conocimiento y extrañamiento.
Me gustaría que esos cristales, rotos sin querer, sin poder evitarlo, se volvieran a unir de alguna manera. ¿Tú podrías decirme cómo? Si me asomo, por encima de la tapia, y más allá del seto, observo una hermenéutica privada (hermosa, como siempre) y algo de mí que se quedó por el camino. No puedo dejar de interpretar lo que leo, lo que veo; me resulta imposible. Y un buen árbol siempre devuelve las pelotas que se quedan enganchadas en las ramas. Pero yo sólo soy un árbol, a secas. Y, en ocasiones, incluso, un árbol seco.
A pesar de todo, asumo el riesgo.
Un beso.
No lo sé, no puedo decírtelo, Enrique. Pero sí sé (un poeta me lo dijo)que la imaginación sólo sabe ir.
¿Qué hay más allá de donde no puede volver...? Posiblemente la certeza, la que desconsolados vemos evaporarse de los dedos calientes que suturaron los fragmentos. La pelota que vuelve a nuestras manos, veteada de blanquecino pasado, caída del árbol como piña madura, perfumada de resina lenta, lanzada a rodar de nuevo al cruce de caminos.
La bola de tierra roja que unas manos de niña moldearon un día como quien crea el mundo. La canica que canta, la esfera del afecto, la media luna del tiempo, todos los lugares por donde pasa la vida. Todos los pedazos allá reunidos.
En un relámpago que rueda. Entre el temor y el beso. De mano en mano.
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