Unas botas de trabajo, unas viejas y desgastadas botas sobre una tierra gris, estéril. Y unas marcas silenciosas en la arena. Y una sombra incipiente y sospechosa. Walker Evans: “Floyd Burroughs’ Work Shoes”. Antes lo hemos visto, o creemos haberlo visto, pero ya no lo vemos. Contemplamos solamente la quietud obstinada que desprenden los recuerdos. Ahora ha desaparecido de la imagen y lo echamos en falta. Y, sin embargo, es tanta la información que posee la imagen que podemos examinar, junto a ella, todo el mapa y el origen de una historia: La Gran Depresión en los Estados Unidos; la difícil cotidianeidad de los granjeros sureños en la América de 1930. Pero no es éste el motivo por el que nos hemos detenido ante esta fotografía; otras fotografías nos documentaban también sobre ello. Nos hemos detenido ante esta fotografía porque, aunque es como otras fotografías, aunque nada la diferencia de otras fotografías de Walker Evans tomadas entre los granjeros de Alabama o Virginia, en esta fotografía hemos descubierto que falta algo. Que lo que muestran los objetos del recuerdo, y de la fotografía, son los restos del vacío. Que lo que antes estaba, de pronto, ha desaparecido. “Tengo poderosas razones para confesar que la fotografía es el arma de un crimen”, escribe Alberto García-Alix en Moriremos mirando, la antología de sus textos completos. Y ahora comprobamos, extrañados, que estamos ante las huellas de un asesinato. Y que lo vemos, o creemos haber visto, nos asombra y nos inquieta. Como escribe Roland Barthes, en La cámara lúcida: “La Fotografía no dice (forzosamente) lo que ya no es, sino tan sólo y sin duda alguna lo que ha sido”. Y esto ya lo sabíamos porque también nosotros guardamos fotografías donde algo se ha perdido para siempre, o donde algo falta. Y no queremos volver a ver esas fotografías. Y no queremos tener que enfrentarnos a ellas. Quizás porque, como expresaba el propio Evans, estas imágenes nos enfrentan a la conciencia aguda del mundo. Y en esa conciencia del mundo la muerte y el tiempo se cruzan para cegar nuestras almas y desnudar nuestros ojos. La muerte y el tiempo se muestran para imantar nuestra mirada.
domingo, 1 de febrero de 2009
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1 comentario:
La fotografía tiene espíritu y en ese sentido es algo que existe, que está, que se escapa o transmite la realidad. Aunque es difícil saber si esa sería la impresión sin haberse pasado varias veces por el texto de la mente que figura en ella. Muy interesante, como siempre.
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