“El mundo de un hombre feliz –escribió Wittgenstein- es diferente del mundo de un hombre infeliz”. Aunque la trama del asunto no cambia, aunque el guión de siempre siga escrito con sucias manchas, con letras fatigadas, el hombre feliz saca fuerzas, se eleva, y el polvo del desierto se disuelve en el aire con la dulce levedad de un suave beso. No importan los editoriales que alertan sobre el peligro eminente de una crisis económica. No importa que Hawking considere inevitable un desastre en el planeta en los próximos 100 años y un futuro de la especie humana exiliada en el espacio. La energía oscura, una misteriosa forma de energía, provoca la extensión del universo, que este se acelere; la materia oscura no puede verse, pero Hawking afirma que puede detectarse. El hombre feliz, mientras tanto, está en otra cosa. Ha tenido tiempo de pensarlo y ahora camina al margen, insolente, con la seguridad amenazante de un ángel que sobrevuela la tierra y que observa, indiferente, la absurda maldición de los mensajes. “El secreto de la felicidad –escribió Bertrand Russell- es darse cuenta que la vida es horrible, horrible, horrible”. Y el hombre feliz, mientras tanto, consciente de ello, escribe en el poema de su carne la única razón de su vivir, la única razón de su existencia. Hoguera de amor y guía, ya nada estorba al ángel, que sólo espera el momento de una señal en el tiempo para descender como un hombre, y hacerse presente, y mostrarse. Mientras tanto, la banda sonora de su vida va añadiéndose, impaciente, a ese poema. Y Víctor Heredia canta en un callejón luminoso donde un espejismo dorado anuncia la visión del paraíso: “Para combinar lo bello y la luz sin perder distancia, para estar con vos sin perder el ángel de la nostalgia. Para descubrir que la vida va sin pedirnos nada, y considerar que todo es hermoso y no cuesta nada. Para combinar, para estar con vos, para descubrir y considerar, sólo me hace falta que estés aquí con tus ojos claros…” Hoguera de amor y guía, ya nada estorba al hombre, que sólo espera el momento de una señal en el tiempo para descender como un ángel, y hacerse presente, y mostrarse.
jueves, 25 de septiembre de 2008
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2 comentarios:
divina mente
Enamorarse es un proceso. Creo que usted estaba en él, en este momento. Horrible, horrible, pero con amor más inmediato, más satisfactorio, más esperanzador aunque eso no dure siempre. Pero se conoce. ¿Por fin o hasta cuándo? Darse cuenta de lo que es la existencia. Tarde, siempre tarde. Si fuera de otro modo...
La palabra que el cajetín me pide que escriba ahora, para enviarle esto, es estio. Sin acento. Como si fueran un verano que espera cobrar impulso.
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