sábado, 26 de julio de 2008

FISTERRA

Una palabra puede tener varios significados. Una palabra puede significar una promesa, una meta, o un sueño; una esperanza, un símbolo, o un hallazgo. En cambio, para alguien que desconoce la gramática profunda de una forma de vida, que no comprende o comparte las reglas implícitas de un juego, la palabra en cuestión será como un paso en falso, como una voz sin sentido que no compensará el esfuerzo del diálogo; la palabra se quedará callada en el vacío de las palabras que no significan nada. Para quien comprende y comparte el juego, sin embargo, para quien sabe, de verdad, en qué consiste el asunto, la palabra será como la tabla de salvación de un naufrago, como el signo desvelado en el libro donde se oculta el secreto, como el beso de dos amantes que comparten la inmensidad de un océano. Cuando menos lo esperas, allí, junto al faro del fin del mundo, la palabra aparece por sorpresa. Ha estado por ahí, ella sola, vagando en la noche, como un adolescente que vive una aventura nocturna, como una sombra pasajera que desvela e impacienta. Con las primeras luces del día, cuando el sol acaricia la superficie del mar con una mano amable, cuando las voces que conversan reconocen que la pesadilla ha terminado, entonces, aparece la palabra. En Solo por ahí, uno de los cuentos de Manuel Rivas incluido en ¿Qué me quieres, amor?, un padre y una madre, preocupados, esperan noticias de su hijo, un adolescente que ha decidido pasar la noche lejos de casa. El padre, con las primeras luces del día, recorre en su automóvil la ruta prevista: Malpica, y luego Ponteceso, Laxe, Baio, Vimianzo, Camarinas, Muxía, Cee, Corcubión, Fisterra. De pronto, absorto en los problemas del trabajo, se da cuenta de que ha olvidado llamar a casa. Cuando por fin lo hace, recibe noticias de que el chico sigue desaparecido. Al salir de la cabina telefónica, en el muelle de Fisterra, se fija en el mar por primera vez en todo el día. El sol de marzo le da un brillo duro, de metal de acero. Más adelante, siguiendo su camino, llega hasta la playa de Corrubedo. Así, el cuento se desliza lentamente hasta el lugar donde acaban los cuentos. Y cuando el chico, por fin, se hace visible (también antes se ha hecho visible la palabra) y el fantasma de Steven Tyler, el cantante de Aerosmith, ocupa en el automóvil el asiento de copiloto, la sombra de la inquietud desaparece.

3 comentarios:

Otis B. Driftwood dijo...

Fisterra es como asomarse al mundo por la ventana más alta. Sabes que hay algo allá al fondo, no alcanzas a verlo, pero sabes que lo hay.

Quizá es que nos pasamos la vida buscándolo. Por eso nos gusta asomarnos a Fisterra, porque nos parece, al menos, verlo.

Me gusta este cambio.
Abrazos.

Enrique Bustamante dijo...

Sí, algo de eso hay en Fisterra, Otis. Pero también mucho más; quizás te lo cuente algún día. ¿Qué tal por Alemania? Ayer estuve visitando tu blog y vi que has vueto y que no estas dispuesto a hacer prisioneros. Me parece perfecto. Así se plantea la guerra de la vida. Te estaré vigilando para que cumplas tu promesa. Un fuerte abrazo.

María de Herem dijo...

Fisterra es una cita conmigo, el año que viene.

Una vez me hicieron esa pregunta, qué me quieres amor? Era entre unas sábanas y una ventana y con un postre de dedos. Sólo que yo entonces no sabía que la pregunta era el beso de un trovador. Quiso ser Esquío, o Rivas o tan sólo comerse la primera cereza del verano. Y como la manteca, así me derritió. Pero no había perro y ayer gracias a ti y a tu tablón lo hubo. Me regalaste algo bonito, sin querer, que lo sepas. Lo compartí con otro. El vértigo desde el tablón.