domingo, 28 de junio de 2009

ENIGMA


Imagina que vamos a viajar al pasado, a un país extranjero. Imagina que vamos a disfrutar de una tradición nuestra, muy nuestra, que se ha perdido en la noche de los tiempos, pero que aún se puede rastrear en la memoria, y que se puede visitar con la imaginación sin apenas esfuerzo. Una tradición de nuestra tierra. Alguno pensará que estoy escribiendo una tontería, en estos tiempos; pero para entender esto hay que hacerse a la idea de que yo estoy pensando en el historiador Americo Castro, en el escritor Juan Goytisolo, y en el filólogo Miguel Asín Palacios. “El pasado –escribió Leslie Pole Hartley- es un país extranjero: allí las cosas se hacen de manera diferente”. ¿Vamos a hacer nosotros las cosas, al menos por una vez, de manera diferente? ¿A qué Oráculo podrás preguntar para poder intentar descifrar el enigma? Hace cerca de mil años un poeta sufí decía del sufismo que era un sabor, porque su objeto y su fin podrían definirse como una sabiduría directa de verdades trascendentales, más comparable con las experiencias de los sentidos que con el conocimiento que procede de la mente. “¿Donde está la sabiduría que perdimos con el conocimiento?”, anotaría para el caso un poeta de Occidente. Imagina que vamos a visitar un lugar donde todo está preparado para el placer de los sentidos. Un lugar donde el protagonista del “enigma” es un elemento de la naturaleza imprescindible para nuestra supervivencia. Un lugar construido por el hombre para tocar las estrellas y poder conversar con ellas. Para guardar silencio y discutir, en silencio, con uno mismo. Donde alcanzar el paraíso mientras el cuerpo se sumerge en una embriagadora sucesión de movimientos. O permanece quieto, muy quieto, sobre la piedra fría. O refresca sus ideas con el vino de los dioses que brota de las paredes. O se queda en un rincón, indiferente, observando la llama que se agita, que respira, o la quietud imposible de la llama. Imagina que vamos a disfrutar de suaves cambios de temperatura: caliente, templado, frío. Y que si cierras los ojos, y buscas un color para colorear el mapa asombrado de tus impresiones, te encontrarás con el azul, con toda la gama de azules, como esas impresiones fotográficas rescatadas por Walid Raad de los escombros del Líbano. Y, en un momento dado, cambiarás de estancia, y unas manos anónimas escribirán sobre tu piel el poema más hermoso con el elixir de la tinta perfumada por el viento del desierto y el aroma de los pétalos, dulces y delicados, de las flores sagradas. Y yo me encargaré después de leer ese poema con mis labios, para no dejar ni rastro, y tu piel seguirá siendo la misma, pero habrá cambiado para siempre. Y entonces, si tú quieres, escucharemos a los poetas, recostados contra el barro fresco de las paredes. Al poeta Rumi: “Si la locura le encuentra, él la toma por sabiduría”. Al poeta Ibn Arabi: “No hay bondad en un amor si la razón lo gobierna”. Al poeta Ibn al Farid: “No hay lugar digno en el mundo para quien vive sobrio, pues el saber le escapa a quien ebrio no muere”. Y jugaremos a rescatar nuestra mente liberándola de tal modo que el espíritu (en inspiración), tras dejar de caminar, pueda experimentar los movimientos espontáneos de la intuición, de la misma manera que un cuerpo sumergido en el “enigma” se libera de los gestos espontáneos de sus miembros, agitándose sin aferrarse a nada. “Serena tu espíritu y aprende a nadar”, decia Alí al Yamal a propósito del estado de perplejidad, de quietismo, de alumbramiento, que busca el iniciado. Y “Aquellos que no son peces pronto se cansan en el agua”, escribió Rumi, en un instante poético o en la intuición del instante. Y luego ya tendremos tiempo para la Tariqa, para la unión de los cuerpos: carne-espíritu, entraña-luz. Y los dos habremos viajado al pasado, a un país extraño, extranjero. Y los dos habremos viajado por el tiempo. Y nada debe preocuparte, porque este lugar ha sido levantado para celebrar las virtudes del placer y del conocimiento. Como escribió el místico quietista Miguel de Molinos, en su Guía espiritual: “Lo que tú has de hacer será no hacer nada, procura sumergirte... Lo que importa es preparar tu corazón a manera de un blanco papel, donde la divina sabiduría pueda formar los caracteres a su gusto”.

viernes, 19 de junio de 2009

EL SECRETO MEJOR GUARDADO


He entendido que no cruzaré línea alguna. Hay una línea recta que es, a la vez, límite y frontera, y por ella camino. A veces parece que lo hago sobre un alambre fino, a punto de quebrarse, como un equilibrista, y a veces cruzo a un lado u otro lado con la curiosidad nerviosa de un niño. Mi visión de las cosas, entonces, se parte en dos y, en ocasiones, me ataca la inquietud, la desazón, el desasosiego; pero nada parece que pueda llegar a descifrar el enigma. Vivo así con ello, entre la razón de las luces y las sombras de la noche. Y busco la intensidad de un amanecer inverosímil donde pueda convencerme a mí mismo que puedo comenzar de nuevo y descubrir la vida. La oscuridad, sin embargo, es un falso espejismo que se cura con la ayuda de una inteligente conversación y de un cálido abrazo. Hasta llegar hasta ello, hasta llegar hasta ese lugar donde uno se debate entre un estado de extrañeza y la lucha por superar dicho estado; hasta llegar a ese lugar donde no se trata de ser fiel a nuestro “yo”, sino al “yo” que aún no somos y que únicamente conoceremos por medio de la presencia del otro, en el otro, que nos concederá una medida más exacta de nuestras posibilidades, sólo hace falta seguir la única línea recta, la línea de la autopista. Y luego dejarse envolver por el juego encantado de la delgadez de los cuerpos y de la unión elemental de los sentidos. Y luego jugar al juego que con el habías soñado antes, mucho antes, y que ahora se hace realidad y desnudez a un mismo tiempo. Después, más tarde, desaparece como siempre la ceniza de los ojos y éstos vuelven a tener la luminosidad de aquellos que saben y esperan lo imposible. Y hay que encender un cigarrillo, y escuchar la música; y las hebras del tabaco resbalan por los labios todavía húmedos, mientras todo el humo compartido inunda los pulmones de estelas de un placer desconocido y de un polvo de estrellas llameantes y nubes de artificio. Luego, yo me quedo mirándola, observándola, y pienso en la extrañeza, la fantasía, lo cotidiano. Mientras la miro, mientras mis ojos recorren las curvas delicadas de su cuerpo, me pregunto: ¿Por qué cuesta tanto desprenderse de la belleza? ¿Por qué esta criatura me lo da todo, absolutamente todo, a cambio, apenas, de nada? Y entonces, yo debería leer un poema, de un libro de poemas que ha viajado hasta allí conmigo: Buda y otros poemas, de Jack Kerouac. Pero debo volver a la autopista y el lugar, además, no es el apropiado. Así que lo leemos en silencio, y yo estoy a punto de besarla, y lo dejamos todo, porque todo lo que llega hasta un final procede de un principio. Escrito originalmente en francés, y traducido al inglés por Allen Ginsberg, el poema es de un tal Jean-Louis Incogniteau, y dice: “Mi muy amada cuya voluntad es la de no amarme: Mi propia vida que no puede amarme: Yo seduzco a ambas. Ella con mis besos redondos... (En la sonrisa de mi amada la aprobación del cosmos) La vida es mi arte... (Escudo frente a la muerte) Por lo tanto vivo sin castigos. (¡Qué infeliz teodicea!) Uno no sabe. Uno tiene deseos. Que es la suma”. Mientras la miro, mientras mis ojos recorren las curvas delicadas de su cuerpo, me pregunto: ¿Por qué cuesta tanto desprenderse de la belleza? Uno no sabe. Uno tiene deseos. Hay una línea recta que es, a la vez, límite y frontera, y por ella camino. A veces me encuentro con serpientes, venenosas, y a veces me encuentro con diamantes. Y sigo caminando.

miércoles, 3 de junio de 2009

ADICCIONES


He entendido que debo cruzar una línea. Esta es una historia tan vieja como las historias que cuentan los jefes de la tribu para sugerir que el juego al que se juega es el juego correcto, para insinuar cuál es el papel de cada uno en el momento oportuno, para señalar cuáles son los deberes, los derechos y las obligaciones, para recordar, cuidadosamente, en qué se basa la vida, la dirección, y el juego. Uno toma el periódico de un lunes por la mañana y se encuentra con un pretexto, con una metáfora, o con una versión aceptable de lo que ha estado pensando, de lo que piensa momentos antes de leer estas palabras, de lo que acabó pensando estando allí en el momento preciso, de lo que ahora se muestra a lo largo de la línea por la que camina, la única línea recta, la línea de la autopista. “Cuando en el cine –escribe Begoña Gómez, en ADN- un director quiere explicar sin gastar mucho metraje que un personaje está en plena búsqueda/huída de sí mismo, ¿qué hace? Lo coloca en un coche y a éste en una carretera solitaria”. La imagen es una imagen tan sencilla como compleja. La imagen es la misma imagen de siempre; pero nadie puede escapar a sus fantasmas. Espero que Walter Salles lleve, finalmente, En la carretera, a las pantallas. Pero estas líneas no tratan, curiosamente, de este tema. Estas líneas hablan, precisamente, del jefe de la tribu. Del jefe de la tribu Huaroani, por ejemplo, “Mincayani”, el jefe que enseña todo lo que un hombre, en edad adulta, debe saber: que es preciso matar con una lanza para preservar la vida, o morir bajo la lanza de otro guerrero; pero que también es posible abandonar la violencia, y amar a la tribu enemiga, que en otro tiempo provocó la extrañeza. En plena búsqueda/huída de mí mismo, mientras converso, tomo notas que mañana, sin duda, cobrarán sentido. ¿Adicciones? “Todas las sustancias capaces de generar adicción, ya sean euforizantes, sedantes, estimulantes, relajantes, energizantes, desinhibidoras o apaciguadoras, tanto naturales como de diseño, tienen en común una cierta capacidad para estimular la liberación de dopamina en el núcleo accumbens cerebral. Es el área de la recompensa y del placer, donde desembocan los efectos del sexo, la comida, la bebida y también del consumo de drogas adictivas. En todos los casos se potencia una liberación de dopamina por parte de las neuronas del área ventral tegmental, que penetran en el núcleo accumbens provocando euforia y un refuerzo de la conducta que ha desencadenado el estímulo. De esa función derivan asimismo las dependencias psicológicas”. Aunque, desde el “otro lado”, desde el horizonte fronterizo donde, nos guste o no nos guste, estamos condenados –maravillosamente condenados- a convivir con los textos filosóficos, los textos filosóficos que ya, de alguna manera, hemos heredado, los textos filosóficos que, a pesar de todo, de todas las dificultades, hemos hecho nuestros, con la esperanza de que, alguien, algún día, a su vez, herede nuestros textos, las palabras del filósofo, Stanley Cavell, muestran la correspondencia, evidente, y la otra cara del asunto: “Algo de lo que pensamos entra en el área de competencia de un agente moral como tal (...) es lo mismo que entra en lo que concebimos como competencia en conocerse a uno mismo y que entra, en consecuencia, en lo que entendemos por tener un yo (de modo que la moralidad encuentra una fundamentación en el conocimiento)”. ¡Menos mal que, a estas alturas, mientras todo empieza, “Mincayani” y yo nos fumamos, cara a cara, un par de cigarrillos! ¡Menos mal que, mientras todo pasa, y todo termina, unas líneas del periódico se muestran como un pretexto, como una versión aceptable, como una metáfora!